/ martes 22 de diciembre de 2020

Hablemos de menstruación y derechos

Para nadie es desconocido que vivimos en un mundo sumamente desigual. Existen grandes brechas entre ricos y pobres, entre los educados y los que apenas pueden acceder a un libro, entre los que tienen a su disposición los mejores servicios y los que viven totalmente desprotegidos. Pero la desigualdad, hoy nos está quedando más claro, se ha venido determinando también por cómo la sociedad percibe el sexo con el que nacemos.

Ya en estudios tempranos como El origen de la familia, la propiedad y el Estado, Friedrich Engels explicaba que el patriarcado dentro del seno familiar fue reforzado por la difusión del capitalismo en las civilizaciones antiguas y las mujeres fueron quedando por debajo en la estructura social. En este sentido, señalaba el mismo autor, “el derrocamiento del derecho materno fue la gran derrota histórica del sexo femenino en todo el mundo. El hombre empuñó también las riendas en la casa; la mujer se vio degradada, convertida en la servidora, en la esclava de la lujuria del hombre, en un simple instrumento de reproducción”.

Uno de los elementos para esta ancestral opresión de la mujer, tanto en el núcleo familiar como en la vida económica, ha sido la mala interpretación y el manejo que se le da al ciclo de la menstruación. Si bien este es uno de los procesos más naturales del cuerpo femenino, los estereotipos, los tabús y la desinformación han hecho que a la mujer se le considere el sexo débil o incapacitada para ejercer ciertas labores.

Aun hoy en día hay religiones en las que la menstruación se considera una impureza y prevalecen sociedades en las que el inicio de la vida menstrual significa que la persona ya está lista para el matrimonio o la actividad sexual, sin considerar la madurez mental y emocional que pueda tener esta. Además, es común que debido a la falta de educación sexual en las escuelas persista el acoso o la burla contra las niñas que comienzan su menstruación, llevando a que muchas abandonen los estudios. Estas y otras cuestiones son las que han generado que, en el largo plazo, las mujeres se vean rezagadas en distintos entornos sociales.

No es casualidad que algunos de los lugares del mundo con más pobreza sean también donde existe una menor educación sobre la salud femenina y en particular sobre la menstruación. En razón de ello, diversas organizaciones internacionales han emprendido campañas en África y Asia central, entre otras regiones, para educar sobre estos temas. Y cabe tener en cuenta que en los últimos años se ha acuñado el concepto “pobreza del periodo” o “pobreza menstrual” para referirse al problema estructural al que se enfrentan mujeres y niñas de bajos recursos para adquirir productos menstruales.

Si bien es cierto que en México hemos conseguido reformas necesarias en materia de paridad de género en el ámbito político, creemos que, si lo que se busca es una profunda transformación para conseguir una igualdad plena entre las personas, es necesario poner sobre la mesa también el tema de la educación sobre la menstruación y hacer un derecho básico los artículos necesarios relacionados con esta.

En los meses pasados el colectivo Menstruación Digna buscó impulsar desde la discusión del paquete económico 2021, en la Cámara de Diputados, la eliminación de los gravámenes de los productos relacionados con la menstruación. Por mi parte, como senadora de la República, decidí sumarme a este movimiento de carácter mundial, con una iniciativa presentada recientemente para reformar cuatro leyes generales en esta materia, con la cual se obligaría a las autoridades federales y locales a que distribuyan de forma gratuita productos menstruales a mujeres y niñas en situación de vulnerabilidad y a que se refuerce la educación sobre este proceso biológico.

Como lo hemos reiterado en distintos espacios, las políticas enfocadas a cambiar los prejuicios de género son una de las claves para equilibrar la balanza de la desigualdad económica y social, y a los servidores públicos nos toca poner en la discusión pública los temas relevantes. Estamos seguros que sumaremos muchas voces, incluidas las de muchos hombres, pues el objetivo a largo plazo es hacer una concientización general sobre este y otros temas, y contribuir con ello a la Cuarta Transformación del país.

Para nadie es desconocido que vivimos en un mundo sumamente desigual. Existen grandes brechas entre ricos y pobres, entre los educados y los que apenas pueden acceder a un libro, entre los que tienen a su disposición los mejores servicios y los que viven totalmente desprotegidos. Pero la desigualdad, hoy nos está quedando más claro, se ha venido determinando también por cómo la sociedad percibe el sexo con el que nacemos.

Ya en estudios tempranos como El origen de la familia, la propiedad y el Estado, Friedrich Engels explicaba que el patriarcado dentro del seno familiar fue reforzado por la difusión del capitalismo en las civilizaciones antiguas y las mujeres fueron quedando por debajo en la estructura social. En este sentido, señalaba el mismo autor, “el derrocamiento del derecho materno fue la gran derrota histórica del sexo femenino en todo el mundo. El hombre empuñó también las riendas en la casa; la mujer se vio degradada, convertida en la servidora, en la esclava de la lujuria del hombre, en un simple instrumento de reproducción”.

Uno de los elementos para esta ancestral opresión de la mujer, tanto en el núcleo familiar como en la vida económica, ha sido la mala interpretación y el manejo que se le da al ciclo de la menstruación. Si bien este es uno de los procesos más naturales del cuerpo femenino, los estereotipos, los tabús y la desinformación han hecho que a la mujer se le considere el sexo débil o incapacitada para ejercer ciertas labores.

Aun hoy en día hay religiones en las que la menstruación se considera una impureza y prevalecen sociedades en las que el inicio de la vida menstrual significa que la persona ya está lista para el matrimonio o la actividad sexual, sin considerar la madurez mental y emocional que pueda tener esta. Además, es común que debido a la falta de educación sexual en las escuelas persista el acoso o la burla contra las niñas que comienzan su menstruación, llevando a que muchas abandonen los estudios. Estas y otras cuestiones son las que han generado que, en el largo plazo, las mujeres se vean rezagadas en distintos entornos sociales.

No es casualidad que algunos de los lugares del mundo con más pobreza sean también donde existe una menor educación sobre la salud femenina y en particular sobre la menstruación. En razón de ello, diversas organizaciones internacionales han emprendido campañas en África y Asia central, entre otras regiones, para educar sobre estos temas. Y cabe tener en cuenta que en los últimos años se ha acuñado el concepto “pobreza del periodo” o “pobreza menstrual” para referirse al problema estructural al que se enfrentan mujeres y niñas de bajos recursos para adquirir productos menstruales.

Si bien es cierto que en México hemos conseguido reformas necesarias en materia de paridad de género en el ámbito político, creemos que, si lo que se busca es una profunda transformación para conseguir una igualdad plena entre las personas, es necesario poner sobre la mesa también el tema de la educación sobre la menstruación y hacer un derecho básico los artículos necesarios relacionados con esta.

En los meses pasados el colectivo Menstruación Digna buscó impulsar desde la discusión del paquete económico 2021, en la Cámara de Diputados, la eliminación de los gravámenes de los productos relacionados con la menstruación. Por mi parte, como senadora de la República, decidí sumarme a este movimiento de carácter mundial, con una iniciativa presentada recientemente para reformar cuatro leyes generales en esta materia, con la cual se obligaría a las autoridades federales y locales a que distribuyan de forma gratuita productos menstruales a mujeres y niñas en situación de vulnerabilidad y a que se refuerce la educación sobre este proceso biológico.

Como lo hemos reiterado en distintos espacios, las políticas enfocadas a cambiar los prejuicios de género son una de las claves para equilibrar la balanza de la desigualdad económica y social, y a los servidores públicos nos toca poner en la discusión pública los temas relevantes. Estamos seguros que sumaremos muchas voces, incluidas las de muchos hombres, pues el objetivo a largo plazo es hacer una concientización general sobre este y otros temas, y contribuir con ello a la Cuarta Transformación del país.