/ jueves 2 de diciembre de 2021

En el año 2021 del siglo XXI

En el año 2021 del siglo XXI, se han sentado y asentado las condiciones para que la gente en el mundo de gente que somos todos nosotros y los otros, los demás y la gente preveamos y prevengamos lo in-evitable para la existencia de lo que vive, sobrevive y muere en la tierra: nosotros.

Se dice que la democracia es tan común como el agua que sale de la llave, pero cuando la llave de paso no es cerrada, el agua es desperdiciada como la democracia, es lo que escribe PhilippBlom en “Lo que está en juego”, doblemente en peligro y en riesgo, en el acto y en el hecho.

Como el mundo arriba, el cielo en medio y la tierra abajo, la política es una desgracia y la democracia es una tragedia que, al no haber el justo medio entre los seres humanos y las cosas, la medida biológica es la desmedida tecnológica, pasando del sentido común al sentido selectivo en que nosotros no somos nada, nadie y alguien en cualquier país que hemos nacido para vivir, sobrevivir y morir ante el contagio del Coronavirus 19 como una distopía orgánica y social, natural y artificial en el espíritu del tiempo actual, porque nadie sabe para quién vive, sobrevive y muere cuando los muertos del coronavirus pasan como seres humanos desconocidos para la familia y los amigos a través de los hornos crematorios como cenizas, no siendo una exageración, acaso una aproximación guardando la distancia lo más lejana posible como en la soledad de la condición humana.

En un sentido imaginario o ficticio y provocativo, PhilippBlom, dice: “La democracia no es un estado natural, una necesidad histórica; antes al contrario, es, en gran medida, antinatural y casual. Para conservarla hay que esforzarse mucho”, es algo profano para lo que en nosotros no es sagrada la tierra ni la democracia, ni el ser humano y su condición humana y animal, menos la naturaleza por más que le haya importado a Jean Jacques Rousseau o la biopolítica a Michel Foucault, aunque siempre nos queda la mediocridad de la política como desgracia y la mediocracia de la democracia como tragedia, estando de sobra como basura el justo medio aristotélico y no hallemos nosotros cómo explicarnos lo que somos y lo que hacemos con la tierra, porque la naturaleza es natural y la democracia es antinatural, y lo que siempre hemos acumulado es la “puerca tierra” en la desruralización de John Berger, la que nos lo despoja con los huesos cardios del corazón y de la memoria.

Nacer, vivir, sobrevivir y morir en cualquier país como en el país de las sombras espectrales, no es para quitarse el nombre en el país que se gobierna y se atiende a los gobernados nomás mandándoles papitas y refrescos como las vacunas y las medicinas a cualquier lugar recóndito con la vulgaridad cualquiera de un gobernante a los gobernados, porque cualquier país como México no hay dos en el vasto tiradero de pobres, muertos, desaparecidos, desplazados, desconocidos y feminicidios, porque México contamina menos al mundo de gente como lo hacen Canadá y USA, dándole un baño de pureza y un lugar preponderante a sí mismo: autocontaminándose desde los pozos petroleros a las fosas clandestinas, oleaginosa, sanguinolenta, rápida y furiosamente, violenta y criminal, presidencial, militar y civilmente.

En el año 2021 del siglo xxi con el mundo de gente en el mundo, estamos en el suelo y en la sangre de lo que nace, vive, sobrevive y muere en todos nosotros y los otros, los demás y la gente en la obliteración de la imaginación y la creación con el círculo vicioso y tóxico en que nos encontramos en el turbocapitalismo de lujo y funeral, de vigilancia y digital.

La imaginación y la política, la creación y la democracia están siendo voraginados, fagocitados y regurgitados mediante y mediáticamente, real y virtualmente en la oscura aldea global digital, de(sde) la luminosidad plástica tecnológica a la oscuridad plastinada de la ciencia: “el nadie sale vivo de aquí” de James Douglas Morrison, no es una oración americana ni vaticana cuando la semilla mitocondrial, del corazón a la memoria a través de los huesos cardios, ha sido el viaje de la vida con su sobrevivencia y su muerte en todos nosotros y los otros, los demás y la gente.

La refocilación del ser humano con la condición humana mediante y mediáticamente la tecnología virtual y digital en el profundo y superficial pozo de la distorsión íntima, privada y pública que consiste en “la acción disruptiva de la tecnología” como alienados y alineados de nosotros mismos en el ensimismamiento para el consumismo, no nos quita porque nos ocupa el tiempo y el espacio ordinario y cotidiano en el ruido ambiental y no escuchar “el delicado sonido del cataclismo terrenal” o del trueno pinkfloydiano con la simplejidad de que la desgracia es-espectacular y la tragedia es dantesca en el selfie individual y en el drone colectivo-captados- sin ninguna sensación de horror al vacío, existencial y mortal, porque a todos nosotros nos asiste la resiliencia porque “potencia la felicidad”, y no, la resistencia porque potencia la infelicidad ante el cambio climático con el calentamiento global en el Nirvana y en el Shangri-La para los refugiados climáticos en el ultramundo de Baricco, porque a los refugiados, en la tierra, los detienen las fronteras alambradas por más que porten en las mochilas el pasaporte de extranjería y vacunados del Covid-19, porque una de las salidas que fue una de las entradas sigue siendo la infernación al paraíso que Dante Alighieri nos escribió y nos trazó en el camino:

En medio del camino de la vida me vi perdido en una selva oscura, la buena senda errada y la andadura, cuando el alma vagaba adormecida.

(CANTO I • La Selva Oscura).

En el año 2021 del siglo XXI, se han sentado y asentado las condiciones para que la gente en el mundo de gente que somos todos nosotros y los otros, los demás y la gente preveamos y prevengamos lo in-evitable para la existencia de lo que vive, sobrevive y muere en la tierra: nosotros.

Se dice que la democracia es tan común como el agua que sale de la llave, pero cuando la llave de paso no es cerrada, el agua es desperdiciada como la democracia, es lo que escribe PhilippBlom en “Lo que está en juego”, doblemente en peligro y en riesgo, en el acto y en el hecho.

Como el mundo arriba, el cielo en medio y la tierra abajo, la política es una desgracia y la democracia es una tragedia que, al no haber el justo medio entre los seres humanos y las cosas, la medida biológica es la desmedida tecnológica, pasando del sentido común al sentido selectivo en que nosotros no somos nada, nadie y alguien en cualquier país que hemos nacido para vivir, sobrevivir y morir ante el contagio del Coronavirus 19 como una distopía orgánica y social, natural y artificial en el espíritu del tiempo actual, porque nadie sabe para quién vive, sobrevive y muere cuando los muertos del coronavirus pasan como seres humanos desconocidos para la familia y los amigos a través de los hornos crematorios como cenizas, no siendo una exageración, acaso una aproximación guardando la distancia lo más lejana posible como en la soledad de la condición humana.

En un sentido imaginario o ficticio y provocativo, PhilippBlom, dice: “La democracia no es un estado natural, una necesidad histórica; antes al contrario, es, en gran medida, antinatural y casual. Para conservarla hay que esforzarse mucho”, es algo profano para lo que en nosotros no es sagrada la tierra ni la democracia, ni el ser humano y su condición humana y animal, menos la naturaleza por más que le haya importado a Jean Jacques Rousseau o la biopolítica a Michel Foucault, aunque siempre nos queda la mediocridad de la política como desgracia y la mediocracia de la democracia como tragedia, estando de sobra como basura el justo medio aristotélico y no hallemos nosotros cómo explicarnos lo que somos y lo que hacemos con la tierra, porque la naturaleza es natural y la democracia es antinatural, y lo que siempre hemos acumulado es la “puerca tierra” en la desruralización de John Berger, la que nos lo despoja con los huesos cardios del corazón y de la memoria.

Nacer, vivir, sobrevivir y morir en cualquier país como en el país de las sombras espectrales, no es para quitarse el nombre en el país que se gobierna y se atiende a los gobernados nomás mandándoles papitas y refrescos como las vacunas y las medicinas a cualquier lugar recóndito con la vulgaridad cualquiera de un gobernante a los gobernados, porque cualquier país como México no hay dos en el vasto tiradero de pobres, muertos, desaparecidos, desplazados, desconocidos y feminicidios, porque México contamina menos al mundo de gente como lo hacen Canadá y USA, dándole un baño de pureza y un lugar preponderante a sí mismo: autocontaminándose desde los pozos petroleros a las fosas clandestinas, oleaginosa, sanguinolenta, rápida y furiosamente, violenta y criminal, presidencial, militar y civilmente.

En el año 2021 del siglo xxi con el mundo de gente en el mundo, estamos en el suelo y en la sangre de lo que nace, vive, sobrevive y muere en todos nosotros y los otros, los demás y la gente en la obliteración de la imaginación y la creación con el círculo vicioso y tóxico en que nos encontramos en el turbocapitalismo de lujo y funeral, de vigilancia y digital.

La imaginación y la política, la creación y la democracia están siendo voraginados, fagocitados y regurgitados mediante y mediáticamente, real y virtualmente en la oscura aldea global digital, de(sde) la luminosidad plástica tecnológica a la oscuridad plastinada de la ciencia: “el nadie sale vivo de aquí” de James Douglas Morrison, no es una oración americana ni vaticana cuando la semilla mitocondrial, del corazón a la memoria a través de los huesos cardios, ha sido el viaje de la vida con su sobrevivencia y su muerte en todos nosotros y los otros, los demás y la gente.

La refocilación del ser humano con la condición humana mediante y mediáticamente la tecnología virtual y digital en el profundo y superficial pozo de la distorsión íntima, privada y pública que consiste en “la acción disruptiva de la tecnología” como alienados y alineados de nosotros mismos en el ensimismamiento para el consumismo, no nos quita porque nos ocupa el tiempo y el espacio ordinario y cotidiano en el ruido ambiental y no escuchar “el delicado sonido del cataclismo terrenal” o del trueno pinkfloydiano con la simplejidad de que la desgracia es-espectacular y la tragedia es dantesca en el selfie individual y en el drone colectivo-captados- sin ninguna sensación de horror al vacío, existencial y mortal, porque a todos nosotros nos asiste la resiliencia porque “potencia la felicidad”, y no, la resistencia porque potencia la infelicidad ante el cambio climático con el calentamiento global en el Nirvana y en el Shangri-La para los refugiados climáticos en el ultramundo de Baricco, porque a los refugiados, en la tierra, los detienen las fronteras alambradas por más que porten en las mochilas el pasaporte de extranjería y vacunados del Covid-19, porque una de las salidas que fue una de las entradas sigue siendo la infernación al paraíso que Dante Alighieri nos escribió y nos trazó en el camino:

En medio del camino de la vida me vi perdido en una selva oscura, la buena senda errada y la andadura, cuando el alma vagaba adormecida.

(CANTO I • La Selva Oscura).

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