/ viernes 21 de agosto de 2020

Elogio del conservadurismo

En el mundo de la política, ser etiquetado como conservador es un gran estigma. Lo políticamente correcto siempre ha sido ubicase en el bando liberal, democrático y progresista. Los conservadores son los reaccionarios de derecha, los “cangrejos”, los nostálgicos, los emisarios del pasado.

No es casual, por lo mismo, que debido a esta fuerte carga histórica contraria al conservadurismo, algunos líderes políticos signan haciendo de la denostación de los conservadores una de sus principales banderas de combate político.

Podemos decir que en la crítica al conservadurismo ha existido indudablemente algo de razón, pero también mucha ideología, incomprensión y prejuicios políticos. No todo el legado del conservadurismo ha sido negativo. En el pensamiento conservador encontramos mentes notablemente lúcidas, que en algunos casos lograron captar la realidad de su tiempo mejor que los propios exponentes del liberalismo.

Si queremos analizar con rigor el tema, lo primero que tenemos que contestar es la pregunta ¿qué significa ser conservador? Desde nuestro punto de vista, la mejor respuesta la ofreció el destacado pensador británico Michael Oakeshott.

En una conferencia pronunciada en 1956 en la Universidad de Swansea, en Gales, Oakeshott precisó que el conservadurismo no es un credo, ni una doctrina o sistema codificado de ideas, sino que más bien es una actitud humana.

La aclaración es pertinente, porque cuando pensamos en el conservadurismo inmediatamente lo asociamos a la defensa de la religión y las tradiciones, a la exigencia de respetar las reglas y convenciones sociales, a posturas rígidas en el plano moral y a una cierta mojigatería.

Para Michael Oakeshott, ser conservador es otra cosa. Se trata de una actitud de los seres humanos, que implica la proclividad a comportarse de una manera peculiar, a preferir determinados tipos de conducta y elegir prioritariamente ciertas opciones.

Oakeshott lo resume magistralmente de la siguiente manera: la actitud conservadora esencialmente significa “La pretensión a usar y disfrutar de lo que se tiene en vez de desear o buscar otra cosa; a deleitarse con el presente antes que con lo que ya fue o podría ser”.

El conservador le asigna un gran valor al presente, no porque lo considere ejemplar, perfecto o inmejorable, superior a cualquier otra alternativa posible. En este caso, el presente se valora ante todo por su familiaridad.

La actitud conservadora, nos dice Michael Oakeshott, consiste en “preferir lo familiar a lo desconocido, lo contrastado a lo no probado, los hechos al misterio, lo real a lo posible, lo limitado a lo ilimitado, lo creado a lo distante, lo suficiente a lo superabundante, lo conveniente a lo perfecto, la felicidad presente a la dicha utópica”.

Esta postura no implica que el conservador se resista a todo tipo de cambios. Ciertamente, no es propio de su naturaleza el espíritu de innovación y siempre preferirá, por encima de las modificaciones, el orden y la continuidad. Pero en la actitud conservadora hay una apertura a las transformaciones, solo que lentas y graduales.

Frente al radical frenético, voluntarista e impaciente que quiere hacer tabla rasa del pasado, que se empeña en cambiar todo de la noche a la mañana, el conservador le apuesta a reformas pequeñas y graduales, para observar los efectos que producen y realizar los ajustes que sean necesarios.

La actitud conservadora que aquí hemos descrito, seguramente no es conveniente en muchos ámbitos de la vida humana. De hecho, hay ciertos campos donde su impacto sería muy negativo, como por ejemplo en la investigación científica, que demanda una permanente apertura a la innovación.

Sin embargo, hay algunas actividades humanas donde la actitud conservadora puede ser útil y arrojar resultados positivos. Michael Oakeshott estaba convencido que esa actitud era conveniente y necesaria en la política.

Por supuesto, lo anterior tiene que ver con una concepción acerca de la política, según la cual esta no es una actividad prometeica, ni voluntarista, con capacidad ilimitada para transformar la realidad de acuerdo con un libreto preestablecido.

En la visión conservadora, la política no tiene que ver con la construcción de utopías. Estamos hablando, más bien, de una actividad específica y modesta, cuya función primordial es mantener el orden, aplicando un conjunto de reglas en que la mayoría de los ciudadanos están de acuerdo, y que no pueden modificarse a capricho de los gobernantes, porque son fruto de un amplio consenso social y condensan la historia y la cultura de un pueblo.

Por ello, concluye Oakeshott, el conservador “desconfiará de los gobernantes que reclaman poderes extraordinarios para hacer grandes cambios, y cuyas palabras estén relacionadas con generalidades como el “bien público” o la “justicia social”, y desconfiará de los salvadores de la patria que se ciñen la armadura y buscan dragones a los cuales matar”.

En el mundo de la política, ser etiquetado como conservador es un gran estigma. Lo políticamente correcto siempre ha sido ubicase en el bando liberal, democrático y progresista. Los conservadores son los reaccionarios de derecha, los “cangrejos”, los nostálgicos, los emisarios del pasado.

No es casual, por lo mismo, que debido a esta fuerte carga histórica contraria al conservadurismo, algunos líderes políticos signan haciendo de la denostación de los conservadores una de sus principales banderas de combate político.

Podemos decir que en la crítica al conservadurismo ha existido indudablemente algo de razón, pero también mucha ideología, incomprensión y prejuicios políticos. No todo el legado del conservadurismo ha sido negativo. En el pensamiento conservador encontramos mentes notablemente lúcidas, que en algunos casos lograron captar la realidad de su tiempo mejor que los propios exponentes del liberalismo.

Si queremos analizar con rigor el tema, lo primero que tenemos que contestar es la pregunta ¿qué significa ser conservador? Desde nuestro punto de vista, la mejor respuesta la ofreció el destacado pensador británico Michael Oakeshott.

En una conferencia pronunciada en 1956 en la Universidad de Swansea, en Gales, Oakeshott precisó que el conservadurismo no es un credo, ni una doctrina o sistema codificado de ideas, sino que más bien es una actitud humana.

La aclaración es pertinente, porque cuando pensamos en el conservadurismo inmediatamente lo asociamos a la defensa de la religión y las tradiciones, a la exigencia de respetar las reglas y convenciones sociales, a posturas rígidas en el plano moral y a una cierta mojigatería.

Para Michael Oakeshott, ser conservador es otra cosa. Se trata de una actitud de los seres humanos, que implica la proclividad a comportarse de una manera peculiar, a preferir determinados tipos de conducta y elegir prioritariamente ciertas opciones.

Oakeshott lo resume magistralmente de la siguiente manera: la actitud conservadora esencialmente significa “La pretensión a usar y disfrutar de lo que se tiene en vez de desear o buscar otra cosa; a deleitarse con el presente antes que con lo que ya fue o podría ser”.

El conservador le asigna un gran valor al presente, no porque lo considere ejemplar, perfecto o inmejorable, superior a cualquier otra alternativa posible. En este caso, el presente se valora ante todo por su familiaridad.

La actitud conservadora, nos dice Michael Oakeshott, consiste en “preferir lo familiar a lo desconocido, lo contrastado a lo no probado, los hechos al misterio, lo real a lo posible, lo limitado a lo ilimitado, lo creado a lo distante, lo suficiente a lo superabundante, lo conveniente a lo perfecto, la felicidad presente a la dicha utópica”.

Esta postura no implica que el conservador se resista a todo tipo de cambios. Ciertamente, no es propio de su naturaleza el espíritu de innovación y siempre preferirá, por encima de las modificaciones, el orden y la continuidad. Pero en la actitud conservadora hay una apertura a las transformaciones, solo que lentas y graduales.

Frente al radical frenético, voluntarista e impaciente que quiere hacer tabla rasa del pasado, que se empeña en cambiar todo de la noche a la mañana, el conservador le apuesta a reformas pequeñas y graduales, para observar los efectos que producen y realizar los ajustes que sean necesarios.

La actitud conservadora que aquí hemos descrito, seguramente no es conveniente en muchos ámbitos de la vida humana. De hecho, hay ciertos campos donde su impacto sería muy negativo, como por ejemplo en la investigación científica, que demanda una permanente apertura a la innovación.

Sin embargo, hay algunas actividades humanas donde la actitud conservadora puede ser útil y arrojar resultados positivos. Michael Oakeshott estaba convencido que esa actitud era conveniente y necesaria en la política.

Por supuesto, lo anterior tiene que ver con una concepción acerca de la política, según la cual esta no es una actividad prometeica, ni voluntarista, con capacidad ilimitada para transformar la realidad de acuerdo con un libreto preestablecido.

En la visión conservadora, la política no tiene que ver con la construcción de utopías. Estamos hablando, más bien, de una actividad específica y modesta, cuya función primordial es mantener el orden, aplicando un conjunto de reglas en que la mayoría de los ciudadanos están de acuerdo, y que no pueden modificarse a capricho de los gobernantes, porque son fruto de un amplio consenso social y condensan la historia y la cultura de un pueblo.

Por ello, concluye Oakeshott, el conservador “desconfiará de los gobernantes que reclaman poderes extraordinarios para hacer grandes cambios, y cuyas palabras estén relacionadas con generalidades como el “bien público” o la “justicia social”, y desconfiará de los salvadores de la patria que se ciñen la armadura y buscan dragones a los cuales matar”.