/ jueves 1 de octubre de 2020

El viejo Mazatlán: remodelación y/o gentrificación

A los que se les llena la mirada con la vista gorda en el Centro Histórico, “un poquito olvidado” por los empresarios de érase de una vez rescatado y echado andar por la plazuela Machado, en el corazón del usufructo sucedáneo (de y en) el turismo cultural, el que podría haber estado mejor de salud, el Viejo Mazatlán, lo dejaron al capricho de los restauranteros, transformándolo en el Centro Histórico de un clasismo entre ignorante, esnob y kitsch de la renovada gente social cosmopolita, que, son los simples y cotidianos vecinos (de y en) el sector o centro urbano en la ciudad y en el puerto marismeño-mazatleco, con el ruido citadino antes, durante y después del carnaval, siendo un claroscuro ejemplo de lo que es la contaminación humana y urbana, a la que con la gentrificación se valora más cara por la plusvalía que genera para los negocios en las propiedades para la renta y la venta inmobiliaria turística, donde mora y muere el-la gring@ viej@, no sin antes andar bien groovy con sus traumatismo pos(t)vietnamita-pos(t)hippie y con sus sonrisas de idiotas pos(t)apocalípticos, now & forever, desde sus casas, real state, de la luz naciente.

Si uno va al centro histórico que es el viejo Mazatlán, ni centro histórico, ni viejo, acaso el caos y el ocaso crepuscular antipoético, urbano, arquitectónico e hidráulico con sus frescas aguas de tuba y sus malolientes aguas negras en el arroyo vial y banquetero de las basuras en el hacinamiento o en el acumulamiento con el descuido o el abandono de las presumidas y arrogantes autoridades municipales con los ingenieros y los arquitectos de renombre y de pacotilla, con sus asambleas marismeñas-mazatlecas por las tecnologías verdes con sus lotes baldíos y las casonas herrumbradas y desfacha(ta)das, donde moran las ratas y las alimañas intestadas e indigestadas, residenciales y burocráticas.

La campaña contra una artista*

*Texto de Ernesto Hernández Norzagaray, en defensa de la artista y funcionaria cultural cubana, Zoila Fernández, no deja de ser una untada de crema a sus tacos cosmopolitas, nomás por conocer y reconocer lo artístico y lo cultural por donde ha viajado y donde vive ahora: en el Mazatlán, marismeño-mazatleco, su ciudad limpia y su puerto brillante, sus espléndidos, espectaculares y maravillosos lugares desde la cumbre y la herrumbre en el cerro de El Crestón, después de subirlo para bajarle los triglicéridos y el colesterol en la fonda del Chalío, Ernesto hace apología y defensa de Zoila, cuando Ernesto está haciendo defensa de su propio estatus quo social como exacadémico UASeño, y no, PASeño, de intelectual y analista político para su propio capital curricular y financiero, dando y plantando cara a favor de Zoila, la cual está demandada y denunciada en corrupción de dineros y favores artísticos, socioculturales, económicos y municipales.

Ernesto siempre presume de sus amistades y de sus lugares donde las hace y donde los viaja, dejando de ser -objetivamente crítico- porque le gana la subjetividad de la amistad y los viajes como hombre y ciudadano (de y en) el mundo que empieza y acaba en su ombligo marismeño-mazatleco.

Si la artista y funcionaria cultural le está yendo como le va ir mejor o peor con la denuncia-demanda de Óscar y Marsol, este dúo protagónico que cantaron mal las rancheras con El Químico de Las Chanclas y el Crespo con los dineros del Carnaval, de la Cultura, Turismo y Arte, son dos o tres hilos de la madeja hasta donde Claudia Lavista y Víctor Ruiz les alcanza el punto de cruz con los ganchos (de y para) la trama, la urdimbre y el tejido en los artistas y funcionarios culturales que llegaron para quedarse (por sus deseos y caprichos cumplidos), cuando solamente fueron contratados bajo convenios de interés municipal, estatal y nacional en intercambios y residencias temporales con el INBA, CONACULTA y Secretaría de Cultura.

Con los años de la cultura, el turismo y el arte marismeños-mazatlecos, se han proyectado egos protagónicos en los artistas, funcionarios culturales y analistas políticos como Zoila Fernández y Ernesto Hernández que solamente se ponen del lado de los intereses que no manchen y desdibujen los retratos de la honorabilidad y la respetabilidad íntima, privada y pública que, en el caso de Margarita Naranjo, no la mató un desgraciado asesino, sino su propio esposo cubano, y al grupo de élite social que frecuentaba Margarita, poco o casi nada hicieron por ella para evitar lo que lamenta el Dr. Hernández Norzagaray, y si en el caso de Zoila no es lo mismo más que el verse y sentirse cuestionada, entonces, la única responsable como artista y funcionaria cultural pública es ella con su vida íntima y privada, porque no se puede serse y hacerse un pastel rico de tres leches, ni de malas leches, lo cual lo sabe Zoila como Ernesto cuando se va a la plazuela Machado, no sin antes pasar por la pastelería Panamá, para ir a sentarse con los amigos íntimos y privados ante el público y compartir el pastel que se pagó con el dinero del erario público que, no es de El Químico cínico, ni del dietético Crespo antiético, quedándose siempre los marismeños-públicos, en Olas Altas, para esperar el desfile alegórico del Carnaval, no importando cuánto ha costado si el pueblo bueno y sabio siempre lo ha pagado, pero donde ni primero los pobres entran, más Zoila la acusada y Ernesto soy el defensor.

No se trata, Dr. Hernández Norzagaray, que por sus frutos los conocemos y los conoceréis, sino, ¿por qué tantos usufructos, desde Olas Altas a la plazuela Machado, en la cultura, el turismo y el arte del instituto como negocio sucedáneo del turismo cultural?





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A los que se les llena la mirada con la vista gorda en el Centro Histórico, “un poquito olvidado” por los empresarios de érase de una vez rescatado y echado andar por la plazuela Machado, en el corazón del usufructo sucedáneo (de y en) el turismo cultural, el que podría haber estado mejor de salud, el Viejo Mazatlán, lo dejaron al capricho de los restauranteros, transformándolo en el Centro Histórico de un clasismo entre ignorante, esnob y kitsch de la renovada gente social cosmopolita, que, son los simples y cotidianos vecinos (de y en) el sector o centro urbano en la ciudad y en el puerto marismeño-mazatleco, con el ruido citadino antes, durante y después del carnaval, siendo un claroscuro ejemplo de lo que es la contaminación humana y urbana, a la que con la gentrificación se valora más cara por la plusvalía que genera para los negocios en las propiedades para la renta y la venta inmobiliaria turística, donde mora y muere el-la gring@ viej@, no sin antes andar bien groovy con sus traumatismo pos(t)vietnamita-pos(t)hippie y con sus sonrisas de idiotas pos(t)apocalípticos, now & forever, desde sus casas, real state, de la luz naciente.

Si uno va al centro histórico que es el viejo Mazatlán, ni centro histórico, ni viejo, acaso el caos y el ocaso crepuscular antipoético, urbano, arquitectónico e hidráulico con sus frescas aguas de tuba y sus malolientes aguas negras en el arroyo vial y banquetero de las basuras en el hacinamiento o en el acumulamiento con el descuido o el abandono de las presumidas y arrogantes autoridades municipales con los ingenieros y los arquitectos de renombre y de pacotilla, con sus asambleas marismeñas-mazatlecas por las tecnologías verdes con sus lotes baldíos y las casonas herrumbradas y desfacha(ta)das, donde moran las ratas y las alimañas intestadas e indigestadas, residenciales y burocráticas.

La campaña contra una artista*

*Texto de Ernesto Hernández Norzagaray, en defensa de la artista y funcionaria cultural cubana, Zoila Fernández, no deja de ser una untada de crema a sus tacos cosmopolitas, nomás por conocer y reconocer lo artístico y lo cultural por donde ha viajado y donde vive ahora: en el Mazatlán, marismeño-mazatleco, su ciudad limpia y su puerto brillante, sus espléndidos, espectaculares y maravillosos lugares desde la cumbre y la herrumbre en el cerro de El Crestón, después de subirlo para bajarle los triglicéridos y el colesterol en la fonda del Chalío, Ernesto hace apología y defensa de Zoila, cuando Ernesto está haciendo defensa de su propio estatus quo social como exacadémico UASeño, y no, PASeño, de intelectual y analista político para su propio capital curricular y financiero, dando y plantando cara a favor de Zoila, la cual está demandada y denunciada en corrupción de dineros y favores artísticos, socioculturales, económicos y municipales.

Ernesto siempre presume de sus amistades y de sus lugares donde las hace y donde los viaja, dejando de ser -objetivamente crítico- porque le gana la subjetividad de la amistad y los viajes como hombre y ciudadano (de y en) el mundo que empieza y acaba en su ombligo marismeño-mazatleco.

Si la artista y funcionaria cultural le está yendo como le va ir mejor o peor con la denuncia-demanda de Óscar y Marsol, este dúo protagónico que cantaron mal las rancheras con El Químico de Las Chanclas y el Crespo con los dineros del Carnaval, de la Cultura, Turismo y Arte, son dos o tres hilos de la madeja hasta donde Claudia Lavista y Víctor Ruiz les alcanza el punto de cruz con los ganchos (de y para) la trama, la urdimbre y el tejido en los artistas y funcionarios culturales que llegaron para quedarse (por sus deseos y caprichos cumplidos), cuando solamente fueron contratados bajo convenios de interés municipal, estatal y nacional en intercambios y residencias temporales con el INBA, CONACULTA y Secretaría de Cultura.

Con los años de la cultura, el turismo y el arte marismeños-mazatlecos, se han proyectado egos protagónicos en los artistas, funcionarios culturales y analistas políticos como Zoila Fernández y Ernesto Hernández que solamente se ponen del lado de los intereses que no manchen y desdibujen los retratos de la honorabilidad y la respetabilidad íntima, privada y pública que, en el caso de Margarita Naranjo, no la mató un desgraciado asesino, sino su propio esposo cubano, y al grupo de élite social que frecuentaba Margarita, poco o casi nada hicieron por ella para evitar lo que lamenta el Dr. Hernández Norzagaray, y si en el caso de Zoila no es lo mismo más que el verse y sentirse cuestionada, entonces, la única responsable como artista y funcionaria cultural pública es ella con su vida íntima y privada, porque no se puede serse y hacerse un pastel rico de tres leches, ni de malas leches, lo cual lo sabe Zoila como Ernesto cuando se va a la plazuela Machado, no sin antes pasar por la pastelería Panamá, para ir a sentarse con los amigos íntimos y privados ante el público y compartir el pastel que se pagó con el dinero del erario público que, no es de El Químico cínico, ni del dietético Crespo antiético, quedándose siempre los marismeños-públicos, en Olas Altas, para esperar el desfile alegórico del Carnaval, no importando cuánto ha costado si el pueblo bueno y sabio siempre lo ha pagado, pero donde ni primero los pobres entran, más Zoila la acusada y Ernesto soy el defensor.

No se trata, Dr. Hernández Norzagaray, que por sus frutos los conocemos y los conoceréis, sino, ¿por qué tantos usufructos, desde Olas Altas a la plazuela Machado, en la cultura, el turismo y el arte del instituto como negocio sucedáneo del turismo cultural?





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