/ miércoles 12 de diciembre de 2018

“El Tlatoani de Macuspana”

La palabra “tlatoani” proviene del náhuatl “Tlahtoani” que significa “el que habla”, “el orador”. Término que se utilizaba en los pueblos mesoamericanos para identificar y designar a quien fungía como gobernante.

Posteriormente el término “tlatoani” derivó en aquella persona, esencialmente hombre, que gobernaba, esto es, “tlatoani” era sinónimo de gobernante. Este gobernante era, por lo regular, el titular del poder en una región más amplia que una simple tribu o ciudad. Por lo regular, este término se le asignaba a quien gobernaba la “Hueytlatocáyotl” o “Gran Estado”.

Cabe resaltar que el sufijo “Huey” proviene de la palabra en náhuatl “Gran”, “Honorable” y “Venerado”. Actualmente nuestra ignorancia nos lleva a darle un sentido peyorativo, ofensivo e insultante.

Pero regresando al tema que nos ocupa en este artículo, la palabra “tlatoani” tiene su plural en la palabra “tlatoque” o “los que gobiernan”, “gobernantes” o “tlatoanis”.

Recordemos que las sociedades mesoamericanas, eran jerarquizadas y su tipo de gobierno era, regularmente, una monarquía absoluta teocrática y hereditaria, esto quiere decir, que era un solo gobernante que pudiera llamarse rey, monarca, emperador o tlatoani para el caso de los pueblos mesoamericanos. Este emperador, que así lo conocemos más comúnmente los mexicanos, era elegido por un grupo muy reducido y selecto de nobles que, conforme a sus intereses, nombraban al tlatoani en caso de que el último no hubiese garantizado su sucesión con un heredero varón.

De ahí que en muchos casos esta monarquía fuese hereditaria y en otros casos fuese derivada de una oligarquía. Siempre con la justificación de un mandato divino que legitimaba el poder otorgado al nuevo emperador, lo que le daba la categoría de teocrática. En muchos casos, eran los propios sacerdotes los que ejercían el gobierno teocrático; y en otros, era la justificación de la supuesta sangre real, la que legitimaba el poder otorgado al rey.

Por último, las monarquías mesoamericanas no tenían contrapesos como hoy los conocemos, con la teoría de la división de poderes concebida por el inglés John Locke y desarrollada por el francés Charles Louis de Secondat, mejor conocido como el Barón de Montesquieu; por lo que muchas monarquías prehispánicas eran absolutistas.

En días pasados, México vuelve a llevar a cabo una transición de poder dentro de una insipiente democracia representativa, en la que el nuevo gobernante goza de gran apoyo social, control absoluto del partido que lo llevó a ganar y mucho poder en ambas cámaras del Congreso de la Unión, podríamos decir que tenemos un Tlatoani de Macuspana.

La palabra “tlatoani” proviene del náhuatl “Tlahtoani” que significa “el que habla”, “el orador”. Término que se utilizaba en los pueblos mesoamericanos para identificar y designar a quien fungía como gobernante.

Posteriormente el término “tlatoani” derivó en aquella persona, esencialmente hombre, que gobernaba, esto es, “tlatoani” era sinónimo de gobernante. Este gobernante era, por lo regular, el titular del poder en una región más amplia que una simple tribu o ciudad. Por lo regular, este término se le asignaba a quien gobernaba la “Hueytlatocáyotl” o “Gran Estado”.

Cabe resaltar que el sufijo “Huey” proviene de la palabra en náhuatl “Gran”, “Honorable” y “Venerado”. Actualmente nuestra ignorancia nos lleva a darle un sentido peyorativo, ofensivo e insultante.

Pero regresando al tema que nos ocupa en este artículo, la palabra “tlatoani” tiene su plural en la palabra “tlatoque” o “los que gobiernan”, “gobernantes” o “tlatoanis”.

Recordemos que las sociedades mesoamericanas, eran jerarquizadas y su tipo de gobierno era, regularmente, una monarquía absoluta teocrática y hereditaria, esto quiere decir, que era un solo gobernante que pudiera llamarse rey, monarca, emperador o tlatoani para el caso de los pueblos mesoamericanos. Este emperador, que así lo conocemos más comúnmente los mexicanos, era elegido por un grupo muy reducido y selecto de nobles que, conforme a sus intereses, nombraban al tlatoani en caso de que el último no hubiese garantizado su sucesión con un heredero varón.

De ahí que en muchos casos esta monarquía fuese hereditaria y en otros casos fuese derivada de una oligarquía. Siempre con la justificación de un mandato divino que legitimaba el poder otorgado al nuevo emperador, lo que le daba la categoría de teocrática. En muchos casos, eran los propios sacerdotes los que ejercían el gobierno teocrático; y en otros, era la justificación de la supuesta sangre real, la que legitimaba el poder otorgado al rey.

Por último, las monarquías mesoamericanas no tenían contrapesos como hoy los conocemos, con la teoría de la división de poderes concebida por el inglés John Locke y desarrollada por el francés Charles Louis de Secondat, mejor conocido como el Barón de Montesquieu; por lo que muchas monarquías prehispánicas eran absolutistas.

En días pasados, México vuelve a llevar a cabo una transición de poder dentro de una insipiente democracia representativa, en la que el nuevo gobernante goza de gran apoyo social, control absoluto del partido que lo llevó a ganar y mucho poder en ambas cámaras del Congreso de la Unión, podríamos decir que tenemos un Tlatoani de Macuspana.

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