/ miércoles 24 de noviembre de 2021

El hilo rojo que nos une

Las mujeres, desde pequeñas, compartimos historias comunes, tenemos un hilo rojo que nos une, y no hablo de la leyenda oriental que asegura que dos personas están unidas por el destino: me refiero a esa cultura que nos ha marcado como destino común la violencia.

Es este hilo conductor el que llevó a la Asamblea General de las Naciones Unidas (ONU), en 1999, a declarar el 25 de noviembre como el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, como conmemoración de las hermanas Mirabal, opositoras al régimen de Rafael Leónidas Trujillo y asesinadas en 1960 por quien fuera dictador de la República Dominicana.

Y es que fue justo un 25 de noviembre cuando, por no regalar el silencio a un régimen dictatorial, los cuerpos de las activistas conocidas como las mariposas -Minerva, Patricia y María Teresa Mirabal- aparecieron en el fondo de un barranco. A seis décadas de este suceso, aún retumban las palabras de Minerva Miraval: “Si me matan, sacaré los brazos de la tumba y seré más fuerte”, quién al parecer estaba previendo las intenciones del dictador.

Pero nuestros países y nuestras comunidades albergan “dictadores sin nombre” que consideran como deber apropiarse del cuerpo, la voz y la mente de las mujeres, también así, sin nombre en específico, por el simple hecho de ser mujeres; y si no es así, ¿cómo explicamos los datos ante los relatos que buscan invisibilizar esta violencia?

Las probabilidades de que una niña, adolescente o mujer sea violentada en todas sus manifestaciones aumentan comparativamente respecto a los varones, y no, no es un asunto de competencia o ataque decir que la cultura de la violencia se encumbra en una reafirmación de la masculinidad a través de ella, que nos afecta principalmente y termina por afectar a los propios varones.

La información mundial sobre violencia hacia las mujeres y niñas revela que se ha intensificado todo tipo de violencia, sobre todo, la que se ejerce en el hogar. Hoy se reconocen que existen formas explícitas y sutiles de violencia, y podemos hablar de once modalidades: simbólica, obstétrica, institucional, digital y mediática, laboral y docente, económica, política, patrimonial, psicológica, hostigamiento u acoso, familiar, sexual, física y feminicida.

En México, los delitos contra las mujeres en lo que va de la pandemia presentan un grave incremento, sobre todo en este año 2021; y no son solo los feminicidios, las muertes violentas por homicidio doloso, que se gesta al interior de las familias: los hogares se han convertido en un lugar peligroso para niñas, adolescentes y mujeres de todas las edades.

El balance de violaciones denunciadas este año es el peor del sexenio: en 2019, por ejemplo, un año sin pandemia, los casos reportados ante las fiscalías en los estados, de enero a mayo, sumaron 7 mil 64, casi mil 600 por debajo de lo que ahora se ha presentado.

El Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP), en su publicación mensual de cifras de incidencia delictiva correspondientes a septiembre de 2021, informa un total de 2,840 muertes violentas de mujeres: 2,104 homicidios dolosos y 736 feminicidios.

Esta conmemoración que nos pinta de color naranja es la oportunidad de sumarnos y de activarnos, hombres y mujeres contra la violencia, para construir un entorno por fin libre de una triada que nos afecta socialmente: discriminación, desigualdad y violencias.

Cada día, señala la ONU, 137 mujeres son asesinadas por miembros de su propia familia. La invitación es, en suma, a renunciar a ese hilo rojo como destino: pintemos el mundo color naranja.

Las mujeres, desde pequeñas, compartimos historias comunes, tenemos un hilo rojo que nos une, y no hablo de la leyenda oriental que asegura que dos personas están unidas por el destino: me refiero a esa cultura que nos ha marcado como destino común la violencia.

Es este hilo conductor el que llevó a la Asamblea General de las Naciones Unidas (ONU), en 1999, a declarar el 25 de noviembre como el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, como conmemoración de las hermanas Mirabal, opositoras al régimen de Rafael Leónidas Trujillo y asesinadas en 1960 por quien fuera dictador de la República Dominicana.

Y es que fue justo un 25 de noviembre cuando, por no regalar el silencio a un régimen dictatorial, los cuerpos de las activistas conocidas como las mariposas -Minerva, Patricia y María Teresa Mirabal- aparecieron en el fondo de un barranco. A seis décadas de este suceso, aún retumban las palabras de Minerva Miraval: “Si me matan, sacaré los brazos de la tumba y seré más fuerte”, quién al parecer estaba previendo las intenciones del dictador.

Pero nuestros países y nuestras comunidades albergan “dictadores sin nombre” que consideran como deber apropiarse del cuerpo, la voz y la mente de las mujeres, también así, sin nombre en específico, por el simple hecho de ser mujeres; y si no es así, ¿cómo explicamos los datos ante los relatos que buscan invisibilizar esta violencia?

Las probabilidades de que una niña, adolescente o mujer sea violentada en todas sus manifestaciones aumentan comparativamente respecto a los varones, y no, no es un asunto de competencia o ataque decir que la cultura de la violencia se encumbra en una reafirmación de la masculinidad a través de ella, que nos afecta principalmente y termina por afectar a los propios varones.

La información mundial sobre violencia hacia las mujeres y niñas revela que se ha intensificado todo tipo de violencia, sobre todo, la que se ejerce en el hogar. Hoy se reconocen que existen formas explícitas y sutiles de violencia, y podemos hablar de once modalidades: simbólica, obstétrica, institucional, digital y mediática, laboral y docente, económica, política, patrimonial, psicológica, hostigamiento u acoso, familiar, sexual, física y feminicida.

En México, los delitos contra las mujeres en lo que va de la pandemia presentan un grave incremento, sobre todo en este año 2021; y no son solo los feminicidios, las muertes violentas por homicidio doloso, que se gesta al interior de las familias: los hogares se han convertido en un lugar peligroso para niñas, adolescentes y mujeres de todas las edades.

El balance de violaciones denunciadas este año es el peor del sexenio: en 2019, por ejemplo, un año sin pandemia, los casos reportados ante las fiscalías en los estados, de enero a mayo, sumaron 7 mil 64, casi mil 600 por debajo de lo que ahora se ha presentado.

El Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP), en su publicación mensual de cifras de incidencia delictiva correspondientes a septiembre de 2021, informa un total de 2,840 muertes violentas de mujeres: 2,104 homicidios dolosos y 736 feminicidios.

Esta conmemoración que nos pinta de color naranja es la oportunidad de sumarnos y de activarnos, hombres y mujeres contra la violencia, para construir un entorno por fin libre de una triada que nos afecta socialmente: discriminación, desigualdad y violencias.

Cada día, señala la ONU, 137 mujeres son asesinadas por miembros de su propia familia. La invitación es, en suma, a renunciar a ese hilo rojo como destino: pintemos el mundo color naranja.