Los empresarios en el puerto han decidido alzar la voz y decir que sí, que la violencia en Sinaloa ya comienza a cobrarles factura, y no precisamente para presentarla ante el SAT.
Mercancías y mercancías quedan a la deriva porque no llegan a tiempo o forman parte de los actos de rapiña cuando hay bloqueos.
En cada cierre de sexenio los niveles de inseguridad repuntan, y el Presidente que se va ya no mete las manos en el problema, y el que llega se hace de la vista gorda hasta que tome el poder.
En ese ínter los grupos delincuenciales, ante la incertidumbre de con quién trabajará el siguiente gobierno, abren frentes para mostrar que su capacidad de fuego y negociación son armas que les privilegian para encabezar a las empresas criminales para el sexenio.
Los empresarios ya no sienten lo duro sino la tupida porque los bloqueos registrados en las carreteras y en zonas urbanas les representan enormes pérdidas económicas enormes, pese a que la mercancía está asegurada, les eleva los costos de los seguros.
Vaya, paradoja, economía e inseguridad mezcladas son el caldo de cultivo para la desconfianza empresarial y ciudadana.
Ya nadie tiene dudas de que Estado y Federación han perdido la batalla en su justificación de “abrazos no balazos”, simplemente esta política de contención de inseguridad no funcionó y alentó a los delincuentes a hacer sus territorios campos minados.
El despliegue de las Fuerzas Armadas en los estados con ADN violento, sin reglas de combate, es como aventar a un nadador experimentado al agua con las manos y pies atados, y con una losa de 500 kilos fijada a la cintura ¿Qué oportunidad tiene? Ninguna.
Así es como este sexenio navegó en el mar de la pacificación hasta convertirlo en la ruta del suicidio.
Los muertos se suman, las desapariciones aumentan y el clamor ciudadano restrega una política efectiva de seguridad que tampoco se vislumbra a partir del 1 de octubre.