/ viernes 24 de enero de 2020

EL DEDO EN LA SOPA


Tanto pedo por un dedo, ni que fuera del “Chapo” Guzmán. Anónimo mazatleco.


La “doñita” sirve un plato de jugosa carne con hueso al méndigo del Filemón, que por andar de coscolino y enamorado siempre desayuna tarde. -Ni modo-, dice la doñita resignada, -los plebes de hoy son como los pachucos de antes, se acuestan tarde, se levantan tarde, platican mucho con el espejo y viven la mitad del tiempo de antro en antro, y terminan por fumarse hasta el cilantro.

No soy quien para juzgar la filosofía de la fondera, pero confieso que le necesito más que al Fondo Monetario Internacional; pues siempre que traigo atrasada la digestión por mi vida loca, me sirve un buen caldo, un café de El Faro bien cargado de canela y nunca me ofrece coca, o pepsi.

Después de batir el caldo con arroz, buscando un trozo de papa, el Filemón cucharea una costillita que parece tener más carne que de costumbre, la levanta enredada en tiras de cebolla güera y cuando está a punto de darle matarile, se detiene con la boca abierta y los ojos bien pelones y la devuelve al plato mientras le reclama a la doñita con enojo e incredulidad, que nomás falta que el perico nos grite desde la jaula, -¡Tontos trasnochados, están comiéndose al Pantaleón!

Doña “Pelos” se deja venir en friega desde su mundo de cazos y cacerolas, con el cucharón en ristre y sin entender la broma casi descarga un golpe mortal sobre la cabeza mínima del Filemón, que interceptándola y poniendo el plato sobre el lado opuesto de la mesa de mantel de plástico cuadriculado, señala dentro del plato un dedo que ya sin uña muestra dos tramos (carpo y metacarpo) de hueso con carne que claramente se definen como humanos.

Los comensales de las mesas vecinas asoman sus narices. Verifican el trocito color jamón cocido y con rapidez inusitada para la hora del día, declaran el lugar desierto en brutal estampida –unos a los baños, otros a la calle. Mejor ni les digo para qué, no se les vaya a revolver el estómago y devuelvan lo que no han pagado.

Yo miro mis huevos con chorizo de soya y revuelvo los frijolitos con el tenedor por si acaso, no consigo encontrar nada sospechoso, trago un buche de café caliente para el repentino mal sabor de boca y respiro hondo, calmo y tranquilo sigo observando.

La doñita para entonces ya cayó sobre la única silla de madera de Concordia, que la sostiene con valor y sin rechinar bajo su peso completo. Parece desinflada, se le mecen los cachetes y el abdomen de gallina vieja sube y baja mientras los brazos cuelgan a los lados, inertes, escuálidos y gelatinosos. El brazo derecho, se introduce en la bolsa larga del mandil y saca un celular marcando el 0720.

Ya me había terminado los huevitos y los frijolitos cuando llega una vagoneta de la televisión local con reportero y camarógrafo. Mientras la muchacha interroga a la doñita con preguntas que sugieren las respuestas, el gordito alto filma el plato de carne con caldo desde ángulos diversos, menea el arroz y acomoda lo que parece un dedo índice -pareciera que busca la huella digital- sonríe con sorna e informa que habrá que reportar el sucedido al Secretario de Salubridad y Asistencia, para que de parte a las autoridades e inicien la investigación correspondiente. La Doña dice que compró el paquete de carne congelada en un súper conocido, que no sabe si es de importación, que cuando preparó el guiso no se dio cuenta, que ojalá que los desaparecidos no estén apareciendo de esta manera, que le ruega a Dios que el SIDA no se contagie por alimentación, le pide al Filemón que si no la demanda le dará de comer gratis todo el mes, que a los demás no les va a cobrar la cuenta, que su marido Pantaleón está dormido completito en su casa, que vayan a ver sino le creen lo que dice y además nos enseña las manos, donde logramos contabilizar los diez dedos que todos debemos tener, junto con dos anillos de oro desgastado y relavados por el quehacer de todos los días.

Acepto la propuesta, me paro y me voy sin pagar el desayuno escarmenándome los dientes con un palillo de madera de pino, contento de seguir siendo vegetariano, cavilando sobre el canibalismo inconsciente, que parece regresar a la región donde hace siglos los Xiximes devoraban asados a los Totorames.

El verdadero misterio del mundo es lo visible, no lo invisible. O’Flahertie.



Tanto pedo por un dedo, ni que fuera del “Chapo” Guzmán. Anónimo mazatleco.


La “doñita” sirve un plato de jugosa carne con hueso al méndigo del Filemón, que por andar de coscolino y enamorado siempre desayuna tarde. -Ni modo-, dice la doñita resignada, -los plebes de hoy son como los pachucos de antes, se acuestan tarde, se levantan tarde, platican mucho con el espejo y viven la mitad del tiempo de antro en antro, y terminan por fumarse hasta el cilantro.

No soy quien para juzgar la filosofía de la fondera, pero confieso que le necesito más que al Fondo Monetario Internacional; pues siempre que traigo atrasada la digestión por mi vida loca, me sirve un buen caldo, un café de El Faro bien cargado de canela y nunca me ofrece coca, o pepsi.

Después de batir el caldo con arroz, buscando un trozo de papa, el Filemón cucharea una costillita que parece tener más carne que de costumbre, la levanta enredada en tiras de cebolla güera y cuando está a punto de darle matarile, se detiene con la boca abierta y los ojos bien pelones y la devuelve al plato mientras le reclama a la doñita con enojo e incredulidad, que nomás falta que el perico nos grite desde la jaula, -¡Tontos trasnochados, están comiéndose al Pantaleón!

Doña “Pelos” se deja venir en friega desde su mundo de cazos y cacerolas, con el cucharón en ristre y sin entender la broma casi descarga un golpe mortal sobre la cabeza mínima del Filemón, que interceptándola y poniendo el plato sobre el lado opuesto de la mesa de mantel de plástico cuadriculado, señala dentro del plato un dedo que ya sin uña muestra dos tramos (carpo y metacarpo) de hueso con carne que claramente se definen como humanos.

Los comensales de las mesas vecinas asoman sus narices. Verifican el trocito color jamón cocido y con rapidez inusitada para la hora del día, declaran el lugar desierto en brutal estampida –unos a los baños, otros a la calle. Mejor ni les digo para qué, no se les vaya a revolver el estómago y devuelvan lo que no han pagado.

Yo miro mis huevos con chorizo de soya y revuelvo los frijolitos con el tenedor por si acaso, no consigo encontrar nada sospechoso, trago un buche de café caliente para el repentino mal sabor de boca y respiro hondo, calmo y tranquilo sigo observando.

La doñita para entonces ya cayó sobre la única silla de madera de Concordia, que la sostiene con valor y sin rechinar bajo su peso completo. Parece desinflada, se le mecen los cachetes y el abdomen de gallina vieja sube y baja mientras los brazos cuelgan a los lados, inertes, escuálidos y gelatinosos. El brazo derecho, se introduce en la bolsa larga del mandil y saca un celular marcando el 0720.

Ya me había terminado los huevitos y los frijolitos cuando llega una vagoneta de la televisión local con reportero y camarógrafo. Mientras la muchacha interroga a la doñita con preguntas que sugieren las respuestas, el gordito alto filma el plato de carne con caldo desde ángulos diversos, menea el arroz y acomoda lo que parece un dedo índice -pareciera que busca la huella digital- sonríe con sorna e informa que habrá que reportar el sucedido al Secretario de Salubridad y Asistencia, para que de parte a las autoridades e inicien la investigación correspondiente. La Doña dice que compró el paquete de carne congelada en un súper conocido, que no sabe si es de importación, que cuando preparó el guiso no se dio cuenta, que ojalá que los desaparecidos no estén apareciendo de esta manera, que le ruega a Dios que el SIDA no se contagie por alimentación, le pide al Filemón que si no la demanda le dará de comer gratis todo el mes, que a los demás no les va a cobrar la cuenta, que su marido Pantaleón está dormido completito en su casa, que vayan a ver sino le creen lo que dice y además nos enseña las manos, donde logramos contabilizar los diez dedos que todos debemos tener, junto con dos anillos de oro desgastado y relavados por el quehacer de todos los días.

Acepto la propuesta, me paro y me voy sin pagar el desayuno escarmenándome los dientes con un palillo de madera de pino, contento de seguir siendo vegetariano, cavilando sobre el canibalismo inconsciente, que parece regresar a la región donde hace siglos los Xiximes devoraban asados a los Totorames.

El verdadero misterio del mundo es lo visible, no lo invisible. O’Flahertie.


ÚLTIMASCOLUMNAS