/ lunes 10 de diciembre de 2018

¿Cuál podría ser el legado de López Obrador en materia educativa?

Parto de lo siguiente: el gobierno federal ha enfilado baterías a la derogación de la actual Reforma Educativa bajo el argumento de que ha lesionado los derechos de los maestros. Y, por lo tanto, se ha planteado echar abajo todo el esfuerzo institucional y político que conlleva la reforma en su conjunto. En este espacio hemos sostenido el argumento de reformar la reforma; pero no derogarla. Hay elementos que son rescatables y que deben permanecer, como el caso del modelo educativo que contempla la autonomía curricular y la autonomía de gestión de las escuelas. Así como el principio pedagógico de centrar la educación en el alumno (la escuela al centro). Por otra parte, hay en efecto, algunos rubros que deben reformarse como el caso de la Ley del Servicio Profesional Docente, la Ley General de Educación y la propia Ley del Instituto Nacional de Evaluación Educativa (INEE). Y otros más deben de fortalecerse, como el Sistema Nacional de Formación Docente. No obstante, la línea no va en el sentido de “reformar la reforma”, y el objetivo es la derogación de la reforma. Es cuestión de tiempo nada más.

Ante este escenario, la pregunta obligada es: ¿hacia dónde vamos entonces? No se ha dicho mucho al respecto. Lo que se ha señalado hasta el momento -más allá de la derogación- son algunos lugares comunes, como el hecho de que se requiere una educación moderna y humanista. Y lo señalo en esos términos, porque el concepto de modernidad se ha señalado desde los tiempos de Carlos Salinas de Gortari, con el Acuerdo Nacional para la Modernización de la Educación Básica (Mayo, 1992). Por lo tanto, no es un elemento novedoso. Más bien ha sido un concepto recurrente en el discurso oficial desde la década de los 90.

Desde mi perspectiva, derogar la reforma es un error táctico -visto en términos políticos-, porque la aprobación e implementación de otra reforma educativa le llevará por lo menos un par de años -sino es que más- al próximo gobierno federal. Reformar la reforma es un camino más fácil de transitar, y además con ello, se podría capitalizar aquello que sus impulsores originales se vieron en la imposibilidad de hacer, por la miopía de pretender controlar a los maestros a través de la evaluación.

Por otro lado, si lo que se pretende es crear una nueva reforma educativa para distinguir la obra de gobierno de López Obrador, como lo hemos señalado en este espacio: “¿en dónde se tendrían que hacer cambios profundos y radicales? ¿En la capacitación, formación y actualización de los docentes? ¿En la infraestructura de las escuelas? ¿En el aprendizaje de los alumnos? ¿En la relación gobierno-sindicatos-maestros? ¿En el gasto público? ¿En el modelo curricular y pedagógico? ¿En el modelo de gestión del sistema educativo nacional? ¿En dónde? Y, además, ¿con qué política educativa? Nada se ha dicho al respecto. El alcance de las declaraciones por parte de los responsables en la materia -y del propio López Obrador- se circunscriben a señalar lo que se hizo mal con la reforma educativa y por ello la van a echar abajo. Pero nada se habla sobre el nuevo proyecto educativo”.

Visto así, sostenemos lo que en algún momento afirmamos en este espacio: Si realmente se pretende hacer un cambio de fondo en la educación, se tendría que asumir como “un tema de seguridad nacional y no como un asunto que se tiene que controlar y administrar en términos políticos. Pero para que un cambio a ese nivel tuviera lugar, se tendría que tener en Palacio Nacional a un Jefe de Estado con esas convicciones”. ¿Es el caso de López Obrador? Eso es lo que vamos a ver en los próximos años. Lo peor que pudiera pasar es que la educación siga administrándose como asunto de orden político, sin grandes transformaciones en lo referente a la calidad de los aprendizajes de los niños.

¿Qué sí se podría tener con López Obrador? Una educación cercana a las familias con menos recursos económicos. ¿Y por qué lo afirmo? Porque la visión de la educación de parte de López Obrador es una visión sociológica. Y esta perspectiva del tabasqueño lo que puede empujar es que el derecho a la educación se haga efectivo, para aquellas familias con mayor rezago social y económico.

Ese podría ser el legado de Obrador en materia educativa.

Así que, no esperemos transformaciones radicales en lo referente a la educación durante el gobierno de Obrador. Lo que hay que esperar es que se transforme el rostro de las estadísticas que actualmente reflejan un México brutalmente desigual.

*Investigador Titular del Centro de Investigación e Innovación Educativo del Sistema Educativo Valladolid.

Parto de lo siguiente: el gobierno federal ha enfilado baterías a la derogación de la actual Reforma Educativa bajo el argumento de que ha lesionado los derechos de los maestros. Y, por lo tanto, se ha planteado echar abajo todo el esfuerzo institucional y político que conlleva la reforma en su conjunto. En este espacio hemos sostenido el argumento de reformar la reforma; pero no derogarla. Hay elementos que son rescatables y que deben permanecer, como el caso del modelo educativo que contempla la autonomía curricular y la autonomía de gestión de las escuelas. Así como el principio pedagógico de centrar la educación en el alumno (la escuela al centro). Por otra parte, hay en efecto, algunos rubros que deben reformarse como el caso de la Ley del Servicio Profesional Docente, la Ley General de Educación y la propia Ley del Instituto Nacional de Evaluación Educativa (INEE). Y otros más deben de fortalecerse, como el Sistema Nacional de Formación Docente. No obstante, la línea no va en el sentido de “reformar la reforma”, y el objetivo es la derogación de la reforma. Es cuestión de tiempo nada más.

Ante este escenario, la pregunta obligada es: ¿hacia dónde vamos entonces? No se ha dicho mucho al respecto. Lo que se ha señalado hasta el momento -más allá de la derogación- son algunos lugares comunes, como el hecho de que se requiere una educación moderna y humanista. Y lo señalo en esos términos, porque el concepto de modernidad se ha señalado desde los tiempos de Carlos Salinas de Gortari, con el Acuerdo Nacional para la Modernización de la Educación Básica (Mayo, 1992). Por lo tanto, no es un elemento novedoso. Más bien ha sido un concepto recurrente en el discurso oficial desde la década de los 90.

Desde mi perspectiva, derogar la reforma es un error táctico -visto en términos políticos-, porque la aprobación e implementación de otra reforma educativa le llevará por lo menos un par de años -sino es que más- al próximo gobierno federal. Reformar la reforma es un camino más fácil de transitar, y además con ello, se podría capitalizar aquello que sus impulsores originales se vieron en la imposibilidad de hacer, por la miopía de pretender controlar a los maestros a través de la evaluación.

Por otro lado, si lo que se pretende es crear una nueva reforma educativa para distinguir la obra de gobierno de López Obrador, como lo hemos señalado en este espacio: “¿en dónde se tendrían que hacer cambios profundos y radicales? ¿En la capacitación, formación y actualización de los docentes? ¿En la infraestructura de las escuelas? ¿En el aprendizaje de los alumnos? ¿En la relación gobierno-sindicatos-maestros? ¿En el gasto público? ¿En el modelo curricular y pedagógico? ¿En el modelo de gestión del sistema educativo nacional? ¿En dónde? Y, además, ¿con qué política educativa? Nada se ha dicho al respecto. El alcance de las declaraciones por parte de los responsables en la materia -y del propio López Obrador- se circunscriben a señalar lo que se hizo mal con la reforma educativa y por ello la van a echar abajo. Pero nada se habla sobre el nuevo proyecto educativo”.

Visto así, sostenemos lo que en algún momento afirmamos en este espacio: Si realmente se pretende hacer un cambio de fondo en la educación, se tendría que asumir como “un tema de seguridad nacional y no como un asunto que se tiene que controlar y administrar en términos políticos. Pero para que un cambio a ese nivel tuviera lugar, se tendría que tener en Palacio Nacional a un Jefe de Estado con esas convicciones”. ¿Es el caso de López Obrador? Eso es lo que vamos a ver en los próximos años. Lo peor que pudiera pasar es que la educación siga administrándose como asunto de orden político, sin grandes transformaciones en lo referente a la calidad de los aprendizajes de los niños.

¿Qué sí se podría tener con López Obrador? Una educación cercana a las familias con menos recursos económicos. ¿Y por qué lo afirmo? Porque la visión de la educación de parte de López Obrador es una visión sociológica. Y esta perspectiva del tabasqueño lo que puede empujar es que el derecho a la educación se haga efectivo, para aquellas familias con mayor rezago social y económico.

Ese podría ser el legado de Obrador en materia educativa.

Así que, no esperemos transformaciones radicales en lo referente a la educación durante el gobierno de Obrador. Lo que hay que esperar es que se transforme el rostro de las estadísticas que actualmente reflejan un México brutalmente desigual.

*Investigador Titular del Centro de Investigación e Innovación Educativo del Sistema Educativo Valladolid.

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