/ lunes 28 de marzo de 2022

Chin chin el que se raje….

Así es. No hay lugar a medias tintas. No se vale rajarse. Las redes sociales se han convertido en una guerra donde no tiene cabida ninguna de las convencionalidades de Ginebra. Esas reglas son para pusilánimes. La verdadera guerra no da ni pide cuartel. La misericordia es para los débiles de espíritu y las almas famélicas. Los verdaderos guerreros devoran los intestinos de sus adversarios. Eso es lo que sucede todos los días en redes sociales y su intensidad aumenta en el terreno de los temas políticos.

Lo que suponía una revolución en la democracia mundial y un Nirvana de la participación ciudadana, nos ha regresado a la época de las cavernas. ¿Tener la razón? ¿A quién le importa que sea eso de Razón?, el garrote más grande y la maza más obtusa es la verdad absoluta en las pantallas virtuales de nuestros dispositivos electrónicos.

El repiqueteo de las teclas de nuestros celulares, computadoras o tabletas descargan metralla sobre los adversarios. Lo importante es desgarrar, sangrar, aniquilar a nuestro contrincante ideológico. Si nos extiende la mano en símbolo de paz hay que arrancarla. No se vale rajarse. Facebook y Twitter es para antropófagos desalmados; no para hermanas de la caridad.

Como en toda guerra, siempre existen víctimas colaterales. En las guerras de redes sociales, las primeras bajas son la educación, la cultura, el sentido común y la sensatez. Desaparecen entre el humo de las bombas y el fuego del odio. Algo nos sucede. Nos transformamos. Nuestro enemigo es despreciable y nuestros aliados son virtuosos. La dualidad es pureza. Los matices son para lo irreal. Entre cuentas y perfiles solo están conmigo o contra mí. ... ¡Muerte o gloria! No hay más

Todo se vale. Las bajezas están permitidas: insultar, morder, cambiar el tema, denostar y mentir. Lo ÚNICO que importa es alcanzar la supremacía de la posverdad… el Yo absoluto; las equivocaciones son impensables. Nadie se equivoca. No hay errores. El que pierde lo niega y el que gana se lo inventa. No hay métricas. No hay jueces; por lo tanto, nadie pierde, todos ganan. La lucha no termina hasta que las baterías se agotan. El desprecio se esconde detrás de los “Saludos”, “Abrazos” y el nunca infalible “Qué estés bien”.

Los mexicanos estamos encantados con nuestra ciber guerra. Nos enlistamos sin pudor. Las filas de los ejércitos virtuales todos los días suman más adeptos. El adoctrinamiento es una maquinaria bien aceitada: Se borran las ideas, se tatúan los colores y nos incorporamos a la lucha sin cuestionar las ordenes o, menos aún, a nuestros guías morales. Los generales son felices con está carnicería. Eso quieren. Eso buscan. Sus conquistas dependen del odio; de la doctrina; de el aniquilamiento de la razón

Cuando la guerra termine los ganadores ni siquiera habrán estado en el campo de batalla. La tropa que luchó en cualquiera de los bandos será desconocida. Los dueños de la guerra firmarán la paz y desconocerán a sus leales acusándolos de radicales. Para desgracia de la sociedad. Una vez que las pantallas se apagan, los odios no se quedan en el mundo virtual.

Más tarde que temprano, todas esas personas que “dialogan” en las redes sociales aplicarán las mismas tácticas en la vida real. Ya lo estamos viviendo. Tenemos

Así es. No hay lugar a medias tintas. No se vale rajarse. Las redes sociales se han convertido en una guerra donde no tiene cabida ninguna de las convencionalidades de Ginebra. Esas reglas son para pusilánimes. La verdadera guerra no da ni pide cuartel. La misericordia es para los débiles de espíritu y las almas famélicas. Los verdaderos guerreros devoran los intestinos de sus adversarios. Eso es lo que sucede todos los días en redes sociales y su intensidad aumenta en el terreno de los temas políticos.

Lo que suponía una revolución en la democracia mundial y un Nirvana de la participación ciudadana, nos ha regresado a la época de las cavernas. ¿Tener la razón? ¿A quién le importa que sea eso de Razón?, el garrote más grande y la maza más obtusa es la verdad absoluta en las pantallas virtuales de nuestros dispositivos electrónicos.

El repiqueteo de las teclas de nuestros celulares, computadoras o tabletas descargan metralla sobre los adversarios. Lo importante es desgarrar, sangrar, aniquilar a nuestro contrincante ideológico. Si nos extiende la mano en símbolo de paz hay que arrancarla. No se vale rajarse. Facebook y Twitter es para antropófagos desalmados; no para hermanas de la caridad.

Como en toda guerra, siempre existen víctimas colaterales. En las guerras de redes sociales, las primeras bajas son la educación, la cultura, el sentido común y la sensatez. Desaparecen entre el humo de las bombas y el fuego del odio. Algo nos sucede. Nos transformamos. Nuestro enemigo es despreciable y nuestros aliados son virtuosos. La dualidad es pureza. Los matices son para lo irreal. Entre cuentas y perfiles solo están conmigo o contra mí. ... ¡Muerte o gloria! No hay más

Todo se vale. Las bajezas están permitidas: insultar, morder, cambiar el tema, denostar y mentir. Lo ÚNICO que importa es alcanzar la supremacía de la posverdad… el Yo absoluto; las equivocaciones son impensables. Nadie se equivoca. No hay errores. El que pierde lo niega y el que gana se lo inventa. No hay métricas. No hay jueces; por lo tanto, nadie pierde, todos ganan. La lucha no termina hasta que las baterías se agotan. El desprecio se esconde detrás de los “Saludos”, “Abrazos” y el nunca infalible “Qué estés bien”.

Los mexicanos estamos encantados con nuestra ciber guerra. Nos enlistamos sin pudor. Las filas de los ejércitos virtuales todos los días suman más adeptos. El adoctrinamiento es una maquinaria bien aceitada: Se borran las ideas, se tatúan los colores y nos incorporamos a la lucha sin cuestionar las ordenes o, menos aún, a nuestros guías morales. Los generales son felices con está carnicería. Eso quieren. Eso buscan. Sus conquistas dependen del odio; de la doctrina; de el aniquilamiento de la razón

Cuando la guerra termine los ganadores ni siquiera habrán estado en el campo de batalla. La tropa que luchó en cualquiera de los bandos será desconocida. Los dueños de la guerra firmarán la paz y desconocerán a sus leales acusándolos de radicales. Para desgracia de la sociedad. Una vez que las pantallas se apagan, los odios no se quedan en el mundo virtual.

Más tarde que temprano, todas esas personas que “dialogan” en las redes sociales aplicarán las mismas tácticas en la vida real. Ya lo estamos viviendo. Tenemos