/ viernes 17 de diciembre de 2021

Chente: el Último Charro Cantor del Cine Mexicano

Lo importante no es llegar primero sino saber llegar, dice la canción. Y en la vida de Vicente Fernández esto fue absolutamente cierto. Pero el éxito de Chente no podría entenderse sin la intervención de un siniestro personaje, que fue quien le dio la oportunidad de ser visto y escuchado por millones de personas en México y Latinoamérica. Se llamaba Raúl Velasco: productor y presentador de Siempre en Domingo, el programa de variedades musicales más visto en la historia de la televisión mexicana

Raúl Velasco era un hombre déspota, una especie de reyezuelo de la farándula de los años setenta, ochenta y parte de los noventa; un soldado de Televisa ungido con el poder suficiente para llevar a sus favoritos a la cumbre de la fama, o para hacer pedazos y enterrar la carrera de quienes no le agradaban. Bastaba un comentario suyo para ponerlos a temblar. Era veleidoso y de lengua imprudente, la personificación del abuso del poder y del prejuicio. Cómo olvidar aquella escena cuando en un Siempre en Domingo (el programa se transmitía en vivo), Velasco, a modo de cumplido, le dijo a la cantante Thalía con su brutal sinceridad: “Has tenido una evolución mucho muy grande, te quitaron lo corrientota que te habían puesto el primer día.” En otra ocasión, visiblemente alterado, el oscuro presentador lanzó toda su furia contra Zorro, un cantante abiertamente gay que se atrevió a salir a cantar con el pelo teñido y el rostro maquillado. En efecto, Velasco era pesado, pero con una tremenda influencia entre el público (familiar) que lo veía religiosamente cada domingo.

En el camino a la fama y al éxito, Velasco y Siempre en Domingo eran paradas obligadas para cualquier artista. Durante veinte nueve años, por la corte del reyezuelo literalmente desfilaron todos los grandes de la música pop y ranchera (el rock estaba vetado por el Velasco y Televisa) de la época: José José, Juan Gabriel, Yuri, Joan Sebastian, Luis Miguel… Y por supuesto Vicente Fernández, uno de sus grandes consentidos. El día que Velasco lo presentó en Siempre en Domingo lo bautizó como el “charro sexy”, pues Chente no usaba corbata de charro, sino que llevaba la camisa desabrochada, mostrando varonilmente su pelo en pecho, cosa que a muchas admiradoras (y tal vez al mismo Velasco) les quitaba el sueño.

De Siempre en Domingo al cine

Además de los cien discos que grabó, Chente actuó en más de treinta películas. Su cine fue un cine de historias simples, dirigidas a un público poco exigente, que sobre todo apreciaba las escenas en las que al menor pretexto, Chente se ponía a cantar con su vozarrón varias de sus canciones más conocidas. En sus filmes siempre trató de ser fiel a la tradición ranchera de la época de oro del cine mexicano. El resultado fue una especie de renacimiento del melodrama cantado. Si bien Chente distaba mucho de ser un actorazo, tuvo la habilidad de confeccionar un personaje de sí mismo, el personaje de un macho mexicano dotado con los ademanes sobreactuados de Pedro Infante, la voz poderosa de Jorge Negrete y el aire bravucón de Luis Aguilar. Visto así, no importaba qué personaje tuviera que interpretar, o de qué tratara la trama de la película, él era fiel a su propio carisma. Y eso le gustaba a un público cautivo que pagaba por verlo en las pantallas de los cines de barrio, donde tenía que competir con las películas de ficheras tan en boga por aquellos años.

Su primera película fue “Tacos al Carbón” (Alejandro Galindo, 1972), la historia de Constancio, un taquero que vive enamorado de su vecina Lupe, quien lo humilla y lo ningunea. La cosa cambia cuando a Constancio le empieza a ir bien en el negocio. Qué decir de “La ley del Monte” (Alberto Mariscal, 1975), melodrama situado en la época de la Revolución Mexicana, que retrata el regreso de un hombre a su pueblo en busca de venganza. Pero el melodrama no fue el único género en el que incursionó Chente, también lo hizo en la comedia, dirigido por realizadores como Federico Curiel (“Dios los Cría”, México 1977) o José Estrada (“El Albañil”, México 1975).

En muchos sentidos sus películas fueron el antecedente del video home. Es decir, películas pensadas para tocar el corazón de un público masivo y popular, que no sólo se encontraba en México, sino del otro lado del Río Bravo, entre la comunidad chicana del sur de Estados Unidos. Muy pronto la paisanada del otro lado acogió a Chente, no sólo como un digno embajador de la música mexicana, sino también como alguien que representaba a cabalidad el temperamento del hombre mexicano oriundo del campo, marcado por su afición al desmadre, la parranda y las mujeres. Ciertamente los personajes que Chente interpretó en el cine encuadran a un tipo de hombre al que una feminista de esta época no podría ver ni en pintura.

Mientras el público aplauda…

Con la muerte de Vicente Fernández se fue el último de los “charros”, un veterano, sobreviviente de una época autoritaria en la que Televisa, erigido en dios creador y destructor de estrellas, decidía qué era lo que debía ver y escuchar el pueblo. Por supuesto la 4T no desaprovechó la coyuntura para dedicarle a Chente un espacio en la mañanera del lunes 13 de diciembre. Al final de los elogios presidenciales comenzó a sonar Volver, Volver a lo largo y ancho del salón. Fue como si por un momento pasara a segundo plano el pleito que se traen Santiago Nieto y Gertz Manero por ver quién es más sinvergüenza; se desvaneció también el fantasma de los migrantes centroamericanos fallecidos dentro de la caja de un tráiler en Chiapas, igual que se olvidó el tremendo escándalo que ha causado el reciente libro de la periodista Anabel Hernández. Luego de Volver, Volver todo regresó a la normalidad en Palacio Nacional. La normalidad de Palacio. Chente solía decir: “Me retiré porque quise dejar un lugar muy bonito sin tener que morirme”. Es de sabios saber retirarse a tiempo. Y tantos que no lo entienden.

Lo importante no es llegar primero sino saber llegar, dice la canción. Y en la vida de Vicente Fernández esto fue absolutamente cierto. Pero el éxito de Chente no podría entenderse sin la intervención de un siniestro personaje, que fue quien le dio la oportunidad de ser visto y escuchado por millones de personas en México y Latinoamérica. Se llamaba Raúl Velasco: productor y presentador de Siempre en Domingo, el programa de variedades musicales más visto en la historia de la televisión mexicana

Raúl Velasco era un hombre déspota, una especie de reyezuelo de la farándula de los años setenta, ochenta y parte de los noventa; un soldado de Televisa ungido con el poder suficiente para llevar a sus favoritos a la cumbre de la fama, o para hacer pedazos y enterrar la carrera de quienes no le agradaban. Bastaba un comentario suyo para ponerlos a temblar. Era veleidoso y de lengua imprudente, la personificación del abuso del poder y del prejuicio. Cómo olvidar aquella escena cuando en un Siempre en Domingo (el programa se transmitía en vivo), Velasco, a modo de cumplido, le dijo a la cantante Thalía con su brutal sinceridad: “Has tenido una evolución mucho muy grande, te quitaron lo corrientota que te habían puesto el primer día.” En otra ocasión, visiblemente alterado, el oscuro presentador lanzó toda su furia contra Zorro, un cantante abiertamente gay que se atrevió a salir a cantar con el pelo teñido y el rostro maquillado. En efecto, Velasco era pesado, pero con una tremenda influencia entre el público (familiar) que lo veía religiosamente cada domingo.

En el camino a la fama y al éxito, Velasco y Siempre en Domingo eran paradas obligadas para cualquier artista. Durante veinte nueve años, por la corte del reyezuelo literalmente desfilaron todos los grandes de la música pop y ranchera (el rock estaba vetado por el Velasco y Televisa) de la época: José José, Juan Gabriel, Yuri, Joan Sebastian, Luis Miguel… Y por supuesto Vicente Fernández, uno de sus grandes consentidos. El día que Velasco lo presentó en Siempre en Domingo lo bautizó como el “charro sexy”, pues Chente no usaba corbata de charro, sino que llevaba la camisa desabrochada, mostrando varonilmente su pelo en pecho, cosa que a muchas admiradoras (y tal vez al mismo Velasco) les quitaba el sueño.

De Siempre en Domingo al cine

Además de los cien discos que grabó, Chente actuó en más de treinta películas. Su cine fue un cine de historias simples, dirigidas a un público poco exigente, que sobre todo apreciaba las escenas en las que al menor pretexto, Chente se ponía a cantar con su vozarrón varias de sus canciones más conocidas. En sus filmes siempre trató de ser fiel a la tradición ranchera de la época de oro del cine mexicano. El resultado fue una especie de renacimiento del melodrama cantado. Si bien Chente distaba mucho de ser un actorazo, tuvo la habilidad de confeccionar un personaje de sí mismo, el personaje de un macho mexicano dotado con los ademanes sobreactuados de Pedro Infante, la voz poderosa de Jorge Negrete y el aire bravucón de Luis Aguilar. Visto así, no importaba qué personaje tuviera que interpretar, o de qué tratara la trama de la película, él era fiel a su propio carisma. Y eso le gustaba a un público cautivo que pagaba por verlo en las pantallas de los cines de barrio, donde tenía que competir con las películas de ficheras tan en boga por aquellos años.

Su primera película fue “Tacos al Carbón” (Alejandro Galindo, 1972), la historia de Constancio, un taquero que vive enamorado de su vecina Lupe, quien lo humilla y lo ningunea. La cosa cambia cuando a Constancio le empieza a ir bien en el negocio. Qué decir de “La ley del Monte” (Alberto Mariscal, 1975), melodrama situado en la época de la Revolución Mexicana, que retrata el regreso de un hombre a su pueblo en busca de venganza. Pero el melodrama no fue el único género en el que incursionó Chente, también lo hizo en la comedia, dirigido por realizadores como Federico Curiel (“Dios los Cría”, México 1977) o José Estrada (“El Albañil”, México 1975).

En muchos sentidos sus películas fueron el antecedente del video home. Es decir, películas pensadas para tocar el corazón de un público masivo y popular, que no sólo se encontraba en México, sino del otro lado del Río Bravo, entre la comunidad chicana del sur de Estados Unidos. Muy pronto la paisanada del otro lado acogió a Chente, no sólo como un digno embajador de la música mexicana, sino también como alguien que representaba a cabalidad el temperamento del hombre mexicano oriundo del campo, marcado por su afición al desmadre, la parranda y las mujeres. Ciertamente los personajes que Chente interpretó en el cine encuadran a un tipo de hombre al que una feminista de esta época no podría ver ni en pintura.

Mientras el público aplauda…

Con la muerte de Vicente Fernández se fue el último de los “charros”, un veterano, sobreviviente de una época autoritaria en la que Televisa, erigido en dios creador y destructor de estrellas, decidía qué era lo que debía ver y escuchar el pueblo. Por supuesto la 4T no desaprovechó la coyuntura para dedicarle a Chente un espacio en la mañanera del lunes 13 de diciembre. Al final de los elogios presidenciales comenzó a sonar Volver, Volver a lo largo y ancho del salón. Fue como si por un momento pasara a segundo plano el pleito que se traen Santiago Nieto y Gertz Manero por ver quién es más sinvergüenza; se desvaneció también el fantasma de los migrantes centroamericanos fallecidos dentro de la caja de un tráiler en Chiapas, igual que se olvidó el tremendo escándalo que ha causado el reciente libro de la periodista Anabel Hernández. Luego de Volver, Volver todo regresó a la normalidad en Palacio Nacional. La normalidad de Palacio. Chente solía decir: “Me retiré porque quise dejar un lugar muy bonito sin tener que morirme”. Es de sabios saber retirarse a tiempo. Y tantos que no lo entienden.