/ martes 13 de abril de 2021

Carta a un simpatizante de Morena

Tengo un sobrino de 28 años, hijo de mi hermana, que se ha convertido en un ferviente simpatizante de Morena. Descarta las evidencias y las opiniones contrarias. Y me asombra escucharlo repetir las mismas frases que pronuncia el presidente de la república. A él dedico esta carta.

Jorge, querido Jorge: cuando las personas manifiestan su desacuerdo con López Obrador, he visto que respondes: “¿y dónde estabas tú cuando el PRI hizo esto… o aquello…?”, a manera de descalificación. Me sorprendes, pues pierdes de vista algo importante. Que las cosas se hayan hecho mal (o muy mal) en el pasado no quita el derecho a criticar las cosas que se hacen mal en la actualidad.

Peor aún, cuando criticamos algo actual, asumes que callamos en el pasado, lo cual no es cierto. Como ciudadanos nuestra obligación es criticar y vigilar a unos y a otros, pasados, presentes y futuros. Eso no excluye a López Obrador, y nuestro deber ciudadano es ser críticos también con él.

Es falso que todo lo hecho antes estuvo mal. Es necesario y justo defender algunas cosas del pasado, pues somos un país, y no todo lo que hacemos es un asco. Nada más simplista que dividir en bandos: buenos y malos. El populismo tiene esa tendencia a explicar de forma simplona problemas complejos y presentar soluciones reduccionistas. Porfirio Díaz, Salinas de Gortari y el “neoliberalismo” figuran como los villanos favoritos del presidente. Es infantil creer que hay seres perversos que mueven los hilos del mundo; es conspiracionista y, más aún, reconfortante, pues explica cómodamente nuestra tragedia mexicana. “Estamos jodidos por la culpa de otros”. Pero, sobre todo, es una visión poco ciudadana, pues omite que somos corresponsables de la sociedad y de las instituciones que hemos construido.

Los políticos no son o héroes o villanos. Son como el resto de personas: hacen cosas buenas, malas y, sobre todo, muchas cosas grises. (Claro, hay pillos como Duarte o Bejarano.) Como gesto de buena fe, si gustas, yo comienzo: López Obrador ha reducido los lujos de los burócratas de alto nivel, ha puesto a los pobres en el centro de su discurso y continuó con el aumento al salario mínimo que inició en 2017.

Aciertos y errores, claroscuros y matices. Pues maticemos: López Obrador tiene también fallas preocupantes. Hace “consultas populares” inconstitucionales y ello revela su escaso compromiso con la ley. Canceló caprichosamente el aeropuerto de Texcoco, tirando por la borda al menos 100 mil millones de pesos y provocando una caída en las inversiones de la cual no nos hemos recuperado. En 2019 (pre-pandemia), a raíz de una serie de malas decisiones económicas, el PIB tuvo un crecimiento negativo (-0.1%). El mal manejo de la pandemia ha tenido consecuencias terribles: a contracorriente de la mayoría de países, su negativa a emprender ambiciosos paquetes de recuperación económica ha traído consecuencias muy claras para la gente más necesitada. El crecimiento del PIB en 2020 fue de -8.5%. El presidente centra su discurso en los pobres, pero el Coneval estima que ahora hay 10 millones más de personas pobres que antes. Son cifras devastadoras. No hay forma de que México sea un mejor país si aumenta la pobreza y si la economía no crece. Basta con mirar las historias de la gente para comprender el empeoramiento de la situación.

De acuerdo con cifras oficiales, el exceso de mortalidad derivada de la pandemia se encuentra entre 400,000 y 500,000 fallecidos, aunque el gobierno prefiere seguir usando solamente la cifra subestimada. México ocupa el tercer lugar mundial en muertos por Covid y el primer lugar en muertes de personal de salud por esa misma enfermedad. Es innegable que esto está ligado a la gestión de la pandemia.

No comprende que su papel es hacer la economía más competitiva para que la gente tenga mejores trabajos. Cuando exalta el trapiche revela su incomprensión. Eso sí, nos invita a tomar agüitas de jamaica y propone que la vacuna mexicana se llame Patria. Ha militarizado el país aún más que Calderón. La violencia no cesa y las cifras lo demuestran. Ha reducido el Estado mexicano hasta los huesos –cosa propia de los gobernantes de derecha–. Es un hombre profundamente religioso, nacionalista y cursi. No es liberal, ni de izquierda ni feminista, no apoya abiertamente a la comunidad gay ni el aborto. Es un conservador.

Quizá lo más grave del presidente es su tono polarizador, agresivo y descalificador, en especial, contra los organismos autónomos y los medios de comunicación, “la prensa inmunda”, dice él. Como señala Gabriel Zaid, López Obrador es el poeta del insulto. No hay espíritu democrático posible cuando descalificas y no ves en el otro un interlocutor legítimo para debatir, negociar y acordar. Cual gobernante populista de la posverdad, miente abiertamente y dice –con risa burlona– que él tiene “otros datos”. En las mañaneras hace alusiones personales y echa reputaciones a la hoguera: un día le toca a Cossío Díaz, otro a Bartra, a Zuckermann o a Riva Palacio, en particular si discrepan con él. Acusa a muchos de corruptos, a diestra y siniestra, pero no los procesa legalmente. Es intolerante a la crítica y a la auscultación de la prensa, gracias a la cual conocemos los videos de Bejarano, los sobres con billetes de su hermano Pío o los contratos de su prima Felipa. Dice que no son iguales, pero cuando uno ve el gabinete y a otros cercanos al presidente (Bartlett, Ebrard, Durazo, Moctezuma, Sansores y un largo etcétera) resulta que son todos expriistas.

López Obrador promueve en la sociedad la política del resentimiento y tiene atrapada a la ciudadanía en el fenómeno de la identidad. Es carismático a base de pronunciar frases simples y repetitivas, proyectar sencillez y pulcritud moral. La gente siente que por “primera vez” hay un presidente que no es un privilegiado, lo cual es falso, que se preocupa por los pobres, aunque los multiplique. De ahí surge una identificación con el ciudadano tan fuerte que este se vuelve impermeable a la crítica, y tan emocional que es irracional. Cuando una persona se entrega así a un político, reconocer los errores del político se torna dificilísimo, pues equivale admitir que uno mismo se equivocó al darle esa confianza desmedida.

Tú no eres así. Tú te decepcionas y reconoces, a veces, los errores del presidente. Pero me parece que lo haces a regañadientes y con demasiada tibieza, a pesar de haberlo encumbrado. Te invito a que expreses tu desacuerdo con él en las urnas e impongas un equilibrio al rumbo que lleva el país en este sexenio. Nuestro deber ciudadano es ser críticos con el poder. Y ningún político merece un apoyo ciego.

Tengo un sobrino de 28 años, hijo de mi hermana, que se ha convertido en un ferviente simpatizante de Morena. Descarta las evidencias y las opiniones contrarias. Y me asombra escucharlo repetir las mismas frases que pronuncia el presidente de la república. A él dedico esta carta.

Jorge, querido Jorge: cuando las personas manifiestan su desacuerdo con López Obrador, he visto que respondes: “¿y dónde estabas tú cuando el PRI hizo esto… o aquello…?”, a manera de descalificación. Me sorprendes, pues pierdes de vista algo importante. Que las cosas se hayan hecho mal (o muy mal) en el pasado no quita el derecho a criticar las cosas que se hacen mal en la actualidad.

Peor aún, cuando criticamos algo actual, asumes que callamos en el pasado, lo cual no es cierto. Como ciudadanos nuestra obligación es criticar y vigilar a unos y a otros, pasados, presentes y futuros. Eso no excluye a López Obrador, y nuestro deber ciudadano es ser críticos también con él.

Es falso que todo lo hecho antes estuvo mal. Es necesario y justo defender algunas cosas del pasado, pues somos un país, y no todo lo que hacemos es un asco. Nada más simplista que dividir en bandos: buenos y malos. El populismo tiene esa tendencia a explicar de forma simplona problemas complejos y presentar soluciones reduccionistas. Porfirio Díaz, Salinas de Gortari y el “neoliberalismo” figuran como los villanos favoritos del presidente. Es infantil creer que hay seres perversos que mueven los hilos del mundo; es conspiracionista y, más aún, reconfortante, pues explica cómodamente nuestra tragedia mexicana. “Estamos jodidos por la culpa de otros”. Pero, sobre todo, es una visión poco ciudadana, pues omite que somos corresponsables de la sociedad y de las instituciones que hemos construido.

Los políticos no son o héroes o villanos. Son como el resto de personas: hacen cosas buenas, malas y, sobre todo, muchas cosas grises. (Claro, hay pillos como Duarte o Bejarano.) Como gesto de buena fe, si gustas, yo comienzo: López Obrador ha reducido los lujos de los burócratas de alto nivel, ha puesto a los pobres en el centro de su discurso y continuó con el aumento al salario mínimo que inició en 2017.

Aciertos y errores, claroscuros y matices. Pues maticemos: López Obrador tiene también fallas preocupantes. Hace “consultas populares” inconstitucionales y ello revela su escaso compromiso con la ley. Canceló caprichosamente el aeropuerto de Texcoco, tirando por la borda al menos 100 mil millones de pesos y provocando una caída en las inversiones de la cual no nos hemos recuperado. En 2019 (pre-pandemia), a raíz de una serie de malas decisiones económicas, el PIB tuvo un crecimiento negativo (-0.1%). El mal manejo de la pandemia ha tenido consecuencias terribles: a contracorriente de la mayoría de países, su negativa a emprender ambiciosos paquetes de recuperación económica ha traído consecuencias muy claras para la gente más necesitada. El crecimiento del PIB en 2020 fue de -8.5%. El presidente centra su discurso en los pobres, pero el Coneval estima que ahora hay 10 millones más de personas pobres que antes. Son cifras devastadoras. No hay forma de que México sea un mejor país si aumenta la pobreza y si la economía no crece. Basta con mirar las historias de la gente para comprender el empeoramiento de la situación.

De acuerdo con cifras oficiales, el exceso de mortalidad derivada de la pandemia se encuentra entre 400,000 y 500,000 fallecidos, aunque el gobierno prefiere seguir usando solamente la cifra subestimada. México ocupa el tercer lugar mundial en muertos por Covid y el primer lugar en muertes de personal de salud por esa misma enfermedad. Es innegable que esto está ligado a la gestión de la pandemia.

No comprende que su papel es hacer la economía más competitiva para que la gente tenga mejores trabajos. Cuando exalta el trapiche revela su incomprensión. Eso sí, nos invita a tomar agüitas de jamaica y propone que la vacuna mexicana se llame Patria. Ha militarizado el país aún más que Calderón. La violencia no cesa y las cifras lo demuestran. Ha reducido el Estado mexicano hasta los huesos –cosa propia de los gobernantes de derecha–. Es un hombre profundamente religioso, nacionalista y cursi. No es liberal, ni de izquierda ni feminista, no apoya abiertamente a la comunidad gay ni el aborto. Es un conservador.

Quizá lo más grave del presidente es su tono polarizador, agresivo y descalificador, en especial, contra los organismos autónomos y los medios de comunicación, “la prensa inmunda”, dice él. Como señala Gabriel Zaid, López Obrador es el poeta del insulto. No hay espíritu democrático posible cuando descalificas y no ves en el otro un interlocutor legítimo para debatir, negociar y acordar. Cual gobernante populista de la posverdad, miente abiertamente y dice –con risa burlona– que él tiene “otros datos”. En las mañaneras hace alusiones personales y echa reputaciones a la hoguera: un día le toca a Cossío Díaz, otro a Bartra, a Zuckermann o a Riva Palacio, en particular si discrepan con él. Acusa a muchos de corruptos, a diestra y siniestra, pero no los procesa legalmente. Es intolerante a la crítica y a la auscultación de la prensa, gracias a la cual conocemos los videos de Bejarano, los sobres con billetes de su hermano Pío o los contratos de su prima Felipa. Dice que no son iguales, pero cuando uno ve el gabinete y a otros cercanos al presidente (Bartlett, Ebrard, Durazo, Moctezuma, Sansores y un largo etcétera) resulta que son todos expriistas.

López Obrador promueve en la sociedad la política del resentimiento y tiene atrapada a la ciudadanía en el fenómeno de la identidad. Es carismático a base de pronunciar frases simples y repetitivas, proyectar sencillez y pulcritud moral. La gente siente que por “primera vez” hay un presidente que no es un privilegiado, lo cual es falso, que se preocupa por los pobres, aunque los multiplique. De ahí surge una identificación con el ciudadano tan fuerte que este se vuelve impermeable a la crítica, y tan emocional que es irracional. Cuando una persona se entrega así a un político, reconocer los errores del político se torna dificilísimo, pues equivale admitir que uno mismo se equivocó al darle esa confianza desmedida.

Tú no eres así. Tú te decepcionas y reconoces, a veces, los errores del presidente. Pero me parece que lo haces a regañadientes y con demasiada tibieza, a pesar de haberlo encumbrado. Te invito a que expreses tu desacuerdo con él en las urnas e impongas un equilibrio al rumbo que lleva el país en este sexenio. Nuestro deber ciudadano es ser críticos con el poder. Y ningún político merece un apoyo ciego.