/ sábado 21 de noviembre de 2020

Aquí entre nos

En la década de los 60s y de los 70s del siglo pasado, el periódico que se leía en mi casa era el Sol de Sinaloa. Mi papá fue una de esas personas que no fue a la escuela pero que sabía leer, le gustaba ir al Mercado Garmendia a comprar el periódico.

Lo primero que leíamos era una pequeña columna quizá de media cuartilla que no tenía desperdicio, se llama Aquí entre nos, de Francisco Gil Leyva. Tocaba temas cotidianos pero de una manera amena y con profundidad. Siempre me gustó el lenguaje que utilizaba, pues era el mismo que utilizaban mis padres, quienes abandonaron el mineral de Topia, Durango en la década de los 40s del siglo pasado en busca de trabajo, instalándose primero en el poblado de Sanalona, y después en la ciudad de Culiacán, Sin.

En uno de sus artículos, Don Gil Leyva nos describe esos vocablos de nuestro idioma, que se utilizaban como mucha frecuencia en la primera mitad del siglo XX.

Palabras antiguas

Blanquillos (vocablo nacido en conventos, con la renuencia monjil a pronunciar la palabra “huevos”); escueto (empleado, al margen del diccionario, como sinónimo de “solitario”); clalán (hablantín, como negociante que pondera las excelencias de su mercadería); atochado (escondido, agazapado, como una tochi: liebre); tilinqui (tieso, paralizado); mercar (comprar); alquilar (¿no alquilan, marchanta?: ofrecer los servicios como doméstica); arredandarse (regresar, desandar el camino).

Hay revoluciones que quienes las iniciaron no llegan al poder, o su estancia en él, fue de muy corta duración. Así en la Revolución Francesa de 1789 con Robespierre, Marat y Danton, por solo citar algunos de ellos. Lo mismo le pasó a León Trotsky con la Revolución Rusa de 1917. Sobre la revolución en Sinaloa el maestro Gil Leyva nos dice:

Y vino el remolino…

No gobernaron en Sinaloa los que encendieron la Revolución con su impaciencia redentora, los que esquivaron el reclutamiento de la leva y los que dejaron las aulas universitarias para hacer historia virgen… Y se ejerció el poder en sentido de marcha atrás, con palpitaciones de reculada, con intentos de volver sobre los pasos. Con la vista hacia el pasado. Con el pensamiento hacia el pretérito.

Sin desperdicio alguno, su columna sobre las minorías. Del papel que han jugado en la transformación de las sociedades, debe de leerse:

Las minorías

¿Quién conspiró en la Nueva España para encender la lucha por la independencia? Una minoría. ¿Quiénes fueron los hombres de la Revolución? Una minoría ¿Quiénes los ideólogos de la Revolución? Una minoría.

Y para que no andes lanzando el chorrito fuera de la olla, paisano, la reforma política propugnada por el presidente López Portillo es, esencialmente, una manifestación de respeto hacia las minorías.

Antes de ser Estado de Sinaloa, fuimos Estado Interno de Occidente. El Magistrado José Antonio García Becerra tiene uno de los mejores libros sobre el Estado Interno de Occidente. Don Gil Leyva nos habla sobre uno de los artículos de la Constitución de aquellos tiempos:

Bichis y por la calle

Hubo un tiempo en que la Ley prohibió el que los sinaloenses anduviéramos desnudos en la vía pública, a plena luz del día, y tan campantes. La Constitución Política del Estado de Occidente promulgada en 1825, cuando Sonora y Sinaloa formaban una sola entidad, establecía las causas que podían originar la pérdida de los derechos como ciudadano. Y entre otras, mencionaba las siguientes:

“Por ser deudor a los caudales públicos con plazo cumplido…” “(a los tesoreros y recaudadores de hoy de seguro les hace aguaboca la tal sanción); “por conducta notoriamente viciada y corrompida, en cuya clase comprenden los ociosos y vagos que no tienen oficio o modo de vivir conocido”; por “tener costumbres de andar vergonzosamente desnudo”, con lo que se barrunta como el desnudismo mondo y lirondo, sin añadidura de ropajes imperaba como consecuencia de la miseria, entre los más desvalidos de la población, pues se atenuaba el rigor de la disposición al indicar la Constitución que la pérdida de los derechos del ciudadano “no tendrá efecto con respecto a los ciudadanos indígenas”, hasta el año de 1850”.

Muy loable la labor que los hijos de Don Francisco Gil Leyva han venido haciendo, al recoger y ordenar la columna Aquí entre nos, que fuera publicada en el Sol de Sinaloa y publicarla de nuevo en forma de libro. Muchos de estos artículos no han perdido vigencia. Parece que fue ayer cuando los leí en un periódico que tenía que extenderlo en una mesa.

En la década de los 60s y de los 70s del siglo pasado, el periódico que se leía en mi casa era el Sol de Sinaloa. Mi papá fue una de esas personas que no fue a la escuela pero que sabía leer, le gustaba ir al Mercado Garmendia a comprar el periódico.

Lo primero que leíamos era una pequeña columna quizá de media cuartilla que no tenía desperdicio, se llama Aquí entre nos, de Francisco Gil Leyva. Tocaba temas cotidianos pero de una manera amena y con profundidad. Siempre me gustó el lenguaje que utilizaba, pues era el mismo que utilizaban mis padres, quienes abandonaron el mineral de Topia, Durango en la década de los 40s del siglo pasado en busca de trabajo, instalándose primero en el poblado de Sanalona, y después en la ciudad de Culiacán, Sin.

En uno de sus artículos, Don Gil Leyva nos describe esos vocablos de nuestro idioma, que se utilizaban como mucha frecuencia en la primera mitad del siglo XX.

Palabras antiguas

Blanquillos (vocablo nacido en conventos, con la renuencia monjil a pronunciar la palabra “huevos”); escueto (empleado, al margen del diccionario, como sinónimo de “solitario”); clalán (hablantín, como negociante que pondera las excelencias de su mercadería); atochado (escondido, agazapado, como una tochi: liebre); tilinqui (tieso, paralizado); mercar (comprar); alquilar (¿no alquilan, marchanta?: ofrecer los servicios como doméstica); arredandarse (regresar, desandar el camino).

Hay revoluciones que quienes las iniciaron no llegan al poder, o su estancia en él, fue de muy corta duración. Así en la Revolución Francesa de 1789 con Robespierre, Marat y Danton, por solo citar algunos de ellos. Lo mismo le pasó a León Trotsky con la Revolución Rusa de 1917. Sobre la revolución en Sinaloa el maestro Gil Leyva nos dice:

Y vino el remolino…

No gobernaron en Sinaloa los que encendieron la Revolución con su impaciencia redentora, los que esquivaron el reclutamiento de la leva y los que dejaron las aulas universitarias para hacer historia virgen… Y se ejerció el poder en sentido de marcha atrás, con palpitaciones de reculada, con intentos de volver sobre los pasos. Con la vista hacia el pasado. Con el pensamiento hacia el pretérito.

Sin desperdicio alguno, su columna sobre las minorías. Del papel que han jugado en la transformación de las sociedades, debe de leerse:

Las minorías

¿Quién conspiró en la Nueva España para encender la lucha por la independencia? Una minoría. ¿Quiénes fueron los hombres de la Revolución? Una minoría ¿Quiénes los ideólogos de la Revolución? Una minoría.

Y para que no andes lanzando el chorrito fuera de la olla, paisano, la reforma política propugnada por el presidente López Portillo es, esencialmente, una manifestación de respeto hacia las minorías.

Antes de ser Estado de Sinaloa, fuimos Estado Interno de Occidente. El Magistrado José Antonio García Becerra tiene uno de los mejores libros sobre el Estado Interno de Occidente. Don Gil Leyva nos habla sobre uno de los artículos de la Constitución de aquellos tiempos:

Bichis y por la calle

Hubo un tiempo en que la Ley prohibió el que los sinaloenses anduviéramos desnudos en la vía pública, a plena luz del día, y tan campantes. La Constitución Política del Estado de Occidente promulgada en 1825, cuando Sonora y Sinaloa formaban una sola entidad, establecía las causas que podían originar la pérdida de los derechos como ciudadano. Y entre otras, mencionaba las siguientes:

“Por ser deudor a los caudales públicos con plazo cumplido…” “(a los tesoreros y recaudadores de hoy de seguro les hace aguaboca la tal sanción); “por conducta notoriamente viciada y corrompida, en cuya clase comprenden los ociosos y vagos que no tienen oficio o modo de vivir conocido”; por “tener costumbres de andar vergonzosamente desnudo”, con lo que se barrunta como el desnudismo mondo y lirondo, sin añadidura de ropajes imperaba como consecuencia de la miseria, entre los más desvalidos de la población, pues se atenuaba el rigor de la disposición al indicar la Constitución que la pérdida de los derechos del ciudadano “no tendrá efecto con respecto a los ciudadanos indígenas”, hasta el año de 1850”.

Muy loable la labor que los hijos de Don Francisco Gil Leyva han venido haciendo, al recoger y ordenar la columna Aquí entre nos, que fuera publicada en el Sol de Sinaloa y publicarla de nuevo en forma de libro. Muchos de estos artículos no han perdido vigencia. Parece que fue ayer cuando los leí en un periódico que tenía que extenderlo en una mesa.