/ viernes 4 de septiembre de 2020

AMLOlandia

El pasado martes 1 de septiembre, con motivo de la presentación de su Segundo Informe de Gobierno y ante un selecto grupo de 70 invitados, el presidente de la república Andrés Manuel López Obrador dirigió un mensaje al pueblo de México desde el patio central del Palacio Nacional, donde vive y despacha el titular del poder ejecutivo federal, tal y como lo hicieron Guadalupe Victoria, Vicente Guerrero, Valentín Gómez Farías, Antonio López de Santa Anna y Benito Juárez.

Destacamos, en primer término, el tono excesivamente triunfalista, autocelebratorio y falto de toda autocrítica del mensaje presidencial. López Obrador afirmó que en los dos primeros años de su gobierno quedarán sentadas las bases de la llamada Cuarta Transformación y que ha cumplido ya 95 de los 100 compromisos que estableció en su toma de protesta. En una de las frases más polémicas de su discurso, el titular del ejecutivo federal señaló que “No es para presumir, pero en el peor momento contamos con el mejor gobierno”.

Lo cierto es que, a dos años de ejercicio de la presidencia de Andrés Manuel López Obrador, hay muy escasos motivos para celebrar. Con sus magros resultados, el gobierno de la 4T le está quedando a deber a los mexicanos. Muchos compromisos, expectativas y promesas de campaña no se han cumplido.

En sentido contrario a lo aseverado por el presidente de la república, podemos decir que el problema de nuestro país es que no contamos con un gobierno realmente efectivo. La austeridad salvaje, la inexperiencia e inestabilidad del gabinete y la desmedida centralización en la toma de decisiones, está colapsando a la administración pública federal. Tenemos un gobierno que no gobierna, sino que está en campaña permanente.

Queda la impresión que para la Cuarta Transformación gobernar es hablar, predicar y sermonear. No es así. Gobernar es tomar decisiones para resolver problemas. En México, los problemas están ahí y en gran medida continúan siendo los mismos. Algunos vienen de mucho tiempo atrás y es cierto que no se pueden resolver en dos años. El tema aquí es que esos problemas históricos no solo no se han resuelto, sino que se han agravado. Y aquí no se vale seguirle echando la culpa al pasado. La actual administración federal debe asumir la responsabilidad por sus pobres resultados.

La economía nacional no va nada bien. Pero la culpa no es únicamente de la pandemia del Covid-19. El coronavirus solo vino a profundizar los problemas que se observaban desde el año pasado, cuando las decisiones erráticas del gobierno federal generaron una crisis de confianza en el sector empresarial que llevó a una caída de la inversión fija bruta del 4.9% y una contracción del Producto Interno Bruto del 0.1%, muy por debajo del “mediocre” crecimiento del 2% que promedió en los denostados gobiernos “neoliberales”.

El confinamiento, la paralización de muchas actividades productivas y la falta de una adecuada estrategia de reactivación económica, ha provocado que en el primer semestre del 2020 el PIB haya registrado una caída del 18.7%, el más grande en la historia de México.

Lo anterior significa, que el tamaño de la economía de nuestro país está regresando al nivel que tenía hace una década. Con ello, tendremos dos años consecutivos sin crecimiento económico, algo que no ocurría en México desde la gran depresión de 1929-1930. Para aquilatar la gravedad de la crisis que enfrentamos, basta decir que para recuperar el PIB que se tenía antes de la pandemia del Covid-19 se requerirán, al menos, entre 3 y 4 años; es decir, al término del actual gobierno federal, siempre y cuando no exista alguna turbulencia internacional o nacional. Todo apunta a que, al menos en materia económica, podemos tener un sexenio perdido.

Aun así, el presidente de la republica asegura que se ha encarado la crisis con una fórmula “única en el mundo” y que “Ya pasó lo peor y ahora vamos para arriba”, en franca recuperación, y presenta el aumento de las remesas como el gran logro de su nueva política económica basa en la moralidad.

Puede ser que sí hayamos tocado fondo, pero es falso que vayamos de salida. El Banco de México estima que cerraremos el 2020 con una contracción del PIB del 10%. Arturo Herrera, secretario de Hacienda y Crédito Público, ha dicho que el próximo año será peor. Lo más preocupante, es que en el mensaje del Segundo Informe de Gobierno no se anunció ningún plan de reactivación económica, ninguna medida emergente para encarar esta situación extremadamente crítica.

En el mundo feliz de AMLOlandia, no existen los 925 mil 490 empleos formales que se han perdido en el 2020; los 12.5 millones de mexicanos que se quedaron sin trabajo e ingresos. El ejecutivo federal presume como el mayor logro de su gobierno los 23 millones de familias beneficiadas con los diversos programas sociales, lo cual ha sido insuficiente para contener el aumento de la pobreza. La pandemia del coronavirus nos ha dejado 10 millones más de mexicanos en condición de pobreza. De esa manera, tendremos en el país 70 millones de pobres, lo que significa una tasa de pobreza del 56%, la más alta en lo que va el siglo.

López Obrador prometió recuperar la paz y la seguridad, pero la estrategia de “abrazos y no balazos” no ha dado buenos resultados. El único logro tangible es la creación de la Guardia Nacional, que acusa todavía una gran debilidad institucional.

Oficialmente, 2019 ha sido considerado ya el año más violento en la historia de México, con 34 mil 582 homicidios dolosos. Pero seguramente en 2020 superaremos esa cifra trágica. En los primeros seis meses del presente año, se han registrado 17 mil 982 homicidios. Estamos hablando de un promedio de 100 asesinatos por día, un nivel de violencia inédito en nuestro país. Así como vamos, en 2022, el cuarto año del actual sexenio, se rebasará el número de víctimas alcanzado en el gobierno de Felipe Calderón.

México no es el país de mujeres y hombres felices, como imagina y sostiene el gobierno de la Cuarta Transformación. En el país hay dolor y sufrimiento. Nos estamos convirtiendo en un gran cementerio, por tantas víctimas de la violencia y también del Covid-19.

En este último caso, el problema fue de origen: minimizar la pandemia; asegurar que “no nos hará nada” y “nos cayó como anillo al dedo”. En pleno contagio, el presidente de la república continuó con sus giras de trabajo, repartiendo saludos de mano, abrazos y besos, y convocó a la población a no tener miedo, a salir a comer y cenar en fondas y restaurantes, porque supuestamente no pasaba nada.

Luego vino la inexplicable resistencia a realizar pruebas diagnósticas y desestimar el uso del cubrebocas. Y después las incongruencias, las flagrantes y groseras contradicciones, los malabarismos verbales para intentar justificar lo injustificable, y finalmente las mentiras: “ya domamos al virus”, “ya aplanamos la curva”, se ha proclamado desde la administración federal cuando los contagios y decesos van en aumento.

Andrés Manuel López Obrador afirma que México ha sido un ejemplo mundial en el combate al Covid-19. Pero los datos revelan una cosa totalmente diferente. Ocupamos el lugar 8 a nivel mundial entre los países con más contagios (606 mil 036) y el 4 con más defunciones (65 mil 241), solo por debajo de Estados Unidos, Brasil y la India. México es también el país donde más trabajadores de la salud (1 320) han muerto a consecuencia de la pandemia de coronavirus.

Hemos sobrepasado ya el escenario catastrófico de los 60 mil muertos que proyectó el propio gobierno federal. Y no hay que perder de vista que se trata de las maquilladas cifras oficiales, donde hay un evidente subregistro de contagios y defunciones. Si como se ha dicho al menos estos datos deben multiplicarse por 3, estamos hablando de 1 millón 818 mil 108 personas contagiadas y 195 mil 723 fallecidos. De ese tamaño es nuestra tragedia, que fue omitida en el mensaje presidencial con motivo del Segundo Informe de Gobierno.

Con todo y los malos resultados en renglones estratégicos como economía, combate a la pobreza, seguridad y salud, el presidente de la república considera que va en el rumbo correcto y afirma que “No cambiaré mi forma de gobernar”. A pesar de que la realidad contradice sus dichos y socava al país construido imaginariamente, el gobierno de la 4T no tiene capacidad para conjugar el verbo rectificar. López Obrador no cambiará su visión de país, sus políticas y programas. El ejecutivo federal no ve la realidad. Habita ya en la república ficticia de AMLOlandia.

El pasado martes 1 de septiembre, con motivo de la presentación de su Segundo Informe de Gobierno y ante un selecto grupo de 70 invitados, el presidente de la república Andrés Manuel López Obrador dirigió un mensaje al pueblo de México desde el patio central del Palacio Nacional, donde vive y despacha el titular del poder ejecutivo federal, tal y como lo hicieron Guadalupe Victoria, Vicente Guerrero, Valentín Gómez Farías, Antonio López de Santa Anna y Benito Juárez.

Destacamos, en primer término, el tono excesivamente triunfalista, autocelebratorio y falto de toda autocrítica del mensaje presidencial. López Obrador afirmó que en los dos primeros años de su gobierno quedarán sentadas las bases de la llamada Cuarta Transformación y que ha cumplido ya 95 de los 100 compromisos que estableció en su toma de protesta. En una de las frases más polémicas de su discurso, el titular del ejecutivo federal señaló que “No es para presumir, pero en el peor momento contamos con el mejor gobierno”.

Lo cierto es que, a dos años de ejercicio de la presidencia de Andrés Manuel López Obrador, hay muy escasos motivos para celebrar. Con sus magros resultados, el gobierno de la 4T le está quedando a deber a los mexicanos. Muchos compromisos, expectativas y promesas de campaña no se han cumplido.

En sentido contrario a lo aseverado por el presidente de la república, podemos decir que el problema de nuestro país es que no contamos con un gobierno realmente efectivo. La austeridad salvaje, la inexperiencia e inestabilidad del gabinete y la desmedida centralización en la toma de decisiones, está colapsando a la administración pública federal. Tenemos un gobierno que no gobierna, sino que está en campaña permanente.

Queda la impresión que para la Cuarta Transformación gobernar es hablar, predicar y sermonear. No es así. Gobernar es tomar decisiones para resolver problemas. En México, los problemas están ahí y en gran medida continúan siendo los mismos. Algunos vienen de mucho tiempo atrás y es cierto que no se pueden resolver en dos años. El tema aquí es que esos problemas históricos no solo no se han resuelto, sino que se han agravado. Y aquí no se vale seguirle echando la culpa al pasado. La actual administración federal debe asumir la responsabilidad por sus pobres resultados.

La economía nacional no va nada bien. Pero la culpa no es únicamente de la pandemia del Covid-19. El coronavirus solo vino a profundizar los problemas que se observaban desde el año pasado, cuando las decisiones erráticas del gobierno federal generaron una crisis de confianza en el sector empresarial que llevó a una caída de la inversión fija bruta del 4.9% y una contracción del Producto Interno Bruto del 0.1%, muy por debajo del “mediocre” crecimiento del 2% que promedió en los denostados gobiernos “neoliberales”.

El confinamiento, la paralización de muchas actividades productivas y la falta de una adecuada estrategia de reactivación económica, ha provocado que en el primer semestre del 2020 el PIB haya registrado una caída del 18.7%, el más grande en la historia de México.

Lo anterior significa, que el tamaño de la economía de nuestro país está regresando al nivel que tenía hace una década. Con ello, tendremos dos años consecutivos sin crecimiento económico, algo que no ocurría en México desde la gran depresión de 1929-1930. Para aquilatar la gravedad de la crisis que enfrentamos, basta decir que para recuperar el PIB que se tenía antes de la pandemia del Covid-19 se requerirán, al menos, entre 3 y 4 años; es decir, al término del actual gobierno federal, siempre y cuando no exista alguna turbulencia internacional o nacional. Todo apunta a que, al menos en materia económica, podemos tener un sexenio perdido.

Aun así, el presidente de la republica asegura que se ha encarado la crisis con una fórmula “única en el mundo” y que “Ya pasó lo peor y ahora vamos para arriba”, en franca recuperación, y presenta el aumento de las remesas como el gran logro de su nueva política económica basa en la moralidad.

Puede ser que sí hayamos tocado fondo, pero es falso que vayamos de salida. El Banco de México estima que cerraremos el 2020 con una contracción del PIB del 10%. Arturo Herrera, secretario de Hacienda y Crédito Público, ha dicho que el próximo año será peor. Lo más preocupante, es que en el mensaje del Segundo Informe de Gobierno no se anunció ningún plan de reactivación económica, ninguna medida emergente para encarar esta situación extremadamente crítica.

En el mundo feliz de AMLOlandia, no existen los 925 mil 490 empleos formales que se han perdido en el 2020; los 12.5 millones de mexicanos que se quedaron sin trabajo e ingresos. El ejecutivo federal presume como el mayor logro de su gobierno los 23 millones de familias beneficiadas con los diversos programas sociales, lo cual ha sido insuficiente para contener el aumento de la pobreza. La pandemia del coronavirus nos ha dejado 10 millones más de mexicanos en condición de pobreza. De esa manera, tendremos en el país 70 millones de pobres, lo que significa una tasa de pobreza del 56%, la más alta en lo que va el siglo.

López Obrador prometió recuperar la paz y la seguridad, pero la estrategia de “abrazos y no balazos” no ha dado buenos resultados. El único logro tangible es la creación de la Guardia Nacional, que acusa todavía una gran debilidad institucional.

Oficialmente, 2019 ha sido considerado ya el año más violento en la historia de México, con 34 mil 582 homicidios dolosos. Pero seguramente en 2020 superaremos esa cifra trágica. En los primeros seis meses del presente año, se han registrado 17 mil 982 homicidios. Estamos hablando de un promedio de 100 asesinatos por día, un nivel de violencia inédito en nuestro país. Así como vamos, en 2022, el cuarto año del actual sexenio, se rebasará el número de víctimas alcanzado en el gobierno de Felipe Calderón.

México no es el país de mujeres y hombres felices, como imagina y sostiene el gobierno de la Cuarta Transformación. En el país hay dolor y sufrimiento. Nos estamos convirtiendo en un gran cementerio, por tantas víctimas de la violencia y también del Covid-19.

En este último caso, el problema fue de origen: minimizar la pandemia; asegurar que “no nos hará nada” y “nos cayó como anillo al dedo”. En pleno contagio, el presidente de la república continuó con sus giras de trabajo, repartiendo saludos de mano, abrazos y besos, y convocó a la población a no tener miedo, a salir a comer y cenar en fondas y restaurantes, porque supuestamente no pasaba nada.

Luego vino la inexplicable resistencia a realizar pruebas diagnósticas y desestimar el uso del cubrebocas. Y después las incongruencias, las flagrantes y groseras contradicciones, los malabarismos verbales para intentar justificar lo injustificable, y finalmente las mentiras: “ya domamos al virus”, “ya aplanamos la curva”, se ha proclamado desde la administración federal cuando los contagios y decesos van en aumento.

Andrés Manuel López Obrador afirma que México ha sido un ejemplo mundial en el combate al Covid-19. Pero los datos revelan una cosa totalmente diferente. Ocupamos el lugar 8 a nivel mundial entre los países con más contagios (606 mil 036) y el 4 con más defunciones (65 mil 241), solo por debajo de Estados Unidos, Brasil y la India. México es también el país donde más trabajadores de la salud (1 320) han muerto a consecuencia de la pandemia de coronavirus.

Hemos sobrepasado ya el escenario catastrófico de los 60 mil muertos que proyectó el propio gobierno federal. Y no hay que perder de vista que se trata de las maquilladas cifras oficiales, donde hay un evidente subregistro de contagios y defunciones. Si como se ha dicho al menos estos datos deben multiplicarse por 3, estamos hablando de 1 millón 818 mil 108 personas contagiadas y 195 mil 723 fallecidos. De ese tamaño es nuestra tragedia, que fue omitida en el mensaje presidencial con motivo del Segundo Informe de Gobierno.

Con todo y los malos resultados en renglones estratégicos como economía, combate a la pobreza, seguridad y salud, el presidente de la república considera que va en el rumbo correcto y afirma que “No cambiaré mi forma de gobernar”. A pesar de que la realidad contradice sus dichos y socava al país construido imaginariamente, el gobierno de la 4T no tiene capacidad para conjugar el verbo rectificar. López Obrador no cambiará su visión de país, sus políticas y programas. El ejecutivo federal no ve la realidad. Habita ya en la república ficticia de AMLOlandia.