El Presidente López Obrador viene por última vez a Sinaloa, en un escenario de violencia desgarradora no solo por los asesinatos, sino por las desapariciones forzadas principalmente en Mazatlán.
Las redes sociales se incendian de reclamos por los desaparecidos, las familias se sienten abandonadas por las autoridades mientras que desde Palacio Nacional se construyó una narrativa que pretende minimizar este oprobio social.
En el balance de resultados la política pública por disminuir los homicidios dolosos marcan una tendencia a la baja, pero en el total el número es de catástrofe, casi 200 mil asesinatos, hasta ahora el más sanguinario de la historia desde que se documenta.
Ahora que Sinaloa, en regiones se ha desdibujado por la inseguridad, el Presidente desde su cabina de control que es la “mañanera” no entiende de razones porque cree tener la razón.
El repunte de la violencia por la disputa de dos facciones del Cártel de Sinaloa se extenderá a todo el País como en 2008, cuando los Beltrán Leyva se separaron del cártel sinaloense para emprender su emporio criminal derivado de lo que s consideró una traición familiar al entregar a “El Mochomo” a las autoridades con fines de extradición.
La Guardia Nacional, el cáliz que pretende convertirse en la dosis contra la violencia de altos niveles en la República, ha sido más efectiva generando polémica por su traslado a la Secretaría de la Defensa Nacional que por los resultados que ha arrojado.
AMLO ya se va, pero mientras se despide a pocos días de entregar la Presidencia, los pendientes en este apartado calan hondo en una sociedad que resiste a olvidar.
La popularidad del Mandatario nacional al final de su sexenio no está a discusión, pero no hay que olvidar que mientras la historia se reinventará el martes 1 de octubre, la historia que ya está escrita nos recuerda que si de continuidad se trata, podemos esperar los mismos resultados