/ lunes 21 de octubre de 2019

Absurdidades

Ya he escrito aquí bastante sobre el surrealismo: “Movimiento literario y artístico “, apunta el diccionario, “surgido después de la primera guerra mundial, que se alzó contra toda forma de orden y de convención lógica, moral y social, frente a las que, con la expresión ´funcionamiento real del pensamiento´ opuso los valores del sueño, del instinto, del deseo y de la rebelión”. Repito: dicho movimiento se afirmó en 1924 con el Manifiesto de André Breton, en París, integrándolo, en su inicio, el mismo Breton, Aragón y Artaud, entre otros, y posteriormente a 1930, Buñuel y Dalí. En el ámbito hispánico influyó sobre algunos poetas españoles de la llamada generación del 27, como Cernuda , y más tarde sobre escritores latinoamericanos, como Octavio Paz. El surrealismo se proponía revolucionar al mismo tiempo la vida, la literatura y el arte.


Y, aunque he mencionado de paso el absurdo, a estas alturas considero necesario abordarlo directamente, sobre todo a la luz de los últimos acontecimientos mundiales y nacionales, que se nos presentan en el límite de la irracionalidad, por decir lo menos, si nos ajustamos a la definición del término.


Absurdo, volvemos a citarlo, es “contrario a la razón”. En filosofía, se dice de toda idea que contiene una contradicción interna. Sigue la cita: “Corriente del pensamiento que traduce una toma de conciencia, a menudo dramática, de la irracionalidad del mundo y del destino de la humanidad”. Según los existencialistas, se dice de la condición del ser humano caracterizada por la ausencia del sentido de la existencia y del universo. (Sostienen que la vida no tiene más sentido que el sentido que el ser humano le dé; concepto aborrecido por la iglesia que preconiza que el origen de todo, la primera causa de todo, es Dios, afirmación que, con elemental lógica, pulveriza el premio Nobel Bertrand Russell). Los enciclopedistas, de nuevo, subrayan que “la conciencia del absurdo, ya presente en Schopenhauer, en quien alimenta el pesimismo, es un preludio del existencialismo francés (Sartre, Camus) que explora las dimensiones ética y estética”. Algunos autores dramáticos (Beckett, Ionesco), con el nombre de ´teatro del absurdo´, en la década de 1950 llevaron a la escena esa visión del mundo. (Arthur Schopenhauer, filósofo alemán. Su filosofía pesimista ejerció notable influencia particularmente sobre Nietzsche, quien introdujo la sospecha en el pensamiento occidental, contra la sumisión a los imperativos morales: Así habló Zaratustra, Más allá del bien y el mal).


A diario vivimos entre la irracionalidad y la contradicción, por los imperativos sociales, en una moralización tirana, presos, como lo dice Nietzsche, entre el bien y el mal, la doble moral del perverso e hipócrita estatus. “En Dios confiamos”, se lee en el dólar. ¿Se ajustará a esa máxima moral el sicópata Donald Trump, pensando de la manera que piensa de los mexicanos, inspirando asesinos de mexicanos, como el racista que gozosamente mató compatriotas en El Paso, Texas? En ese mismo orden de ideas se inscribe la pesadilla que recientemente vivimos en Sinaloa, con lo acontecido en la capital del estado. ¿De veras fue racional el origen de todo y su contradictorio desenlace? La razón es lo contrario de lo absurdo. Luego entonces, prevaleció el absurdo, pues los delincuentes y asesinos sometieron a los representantes de la ley y el orden. El absurdo, repetimos, se define como “contrario a la razón”.


El Pequeño Larousse tiene universalizado a Sinaloa. En su Enciclopedia aparece tres veces Sinaloa: como río de México, como estado de la República mexicana y como municipio de México. Pero en ninguna parte de la enciclopedia se dice que lo que acabamos de vivir (y lo que vendrá) tuvo su origen en el siglo pasado, en una necesidad coyuntural de Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial, de contar con un abastecedor de droga a la mano, cuando perdieron la hegemonía en el sudeste asiático, dizque para su industria farmacéutica, pero igual la necesitaban para distribuirla entre su tropa para que los soldados se drogaran para poder resistir su espanto existencial de matar a seres humanos por orden de sus jefes, en Corea, Vietnam y donde Washington invadiera el planeta. Para tal fin, se escogió estratégicamente a Sinaloa, volviendo “legal” el abastecimiento. Pero terminó el convenio binacional y algunos sinaloenses siguieron el negocio por su cuenta. Dicho de otro modo: ellos nos indujeron a entrar al infierno (de ellos). Y ahí seguimos. Si Sinaloa es cada uno de nosotros, a nosotros nos hacen lo que le hacen al estado y a nuestro pueblo. “¡Oh Dios de los pobres!”, exclamaba ante las injusticias, Simón Bolívar. ¿O no es una injusticia lo que le pasó a nuestra ciudad capital? Cuántas absurdidades.


Ya he escrito aquí bastante sobre el surrealismo: “Movimiento literario y artístico “, apunta el diccionario, “surgido después de la primera guerra mundial, que se alzó contra toda forma de orden y de convención lógica, moral y social, frente a las que, con la expresión ´funcionamiento real del pensamiento´ opuso los valores del sueño, del instinto, del deseo y de la rebelión”. Repito: dicho movimiento se afirmó en 1924 con el Manifiesto de André Breton, en París, integrándolo, en su inicio, el mismo Breton, Aragón y Artaud, entre otros, y posteriormente a 1930, Buñuel y Dalí. En el ámbito hispánico influyó sobre algunos poetas españoles de la llamada generación del 27, como Cernuda , y más tarde sobre escritores latinoamericanos, como Octavio Paz. El surrealismo se proponía revolucionar al mismo tiempo la vida, la literatura y el arte.


Y, aunque he mencionado de paso el absurdo, a estas alturas considero necesario abordarlo directamente, sobre todo a la luz de los últimos acontecimientos mundiales y nacionales, que se nos presentan en el límite de la irracionalidad, por decir lo menos, si nos ajustamos a la definición del término.


Absurdo, volvemos a citarlo, es “contrario a la razón”. En filosofía, se dice de toda idea que contiene una contradicción interna. Sigue la cita: “Corriente del pensamiento que traduce una toma de conciencia, a menudo dramática, de la irracionalidad del mundo y del destino de la humanidad”. Según los existencialistas, se dice de la condición del ser humano caracterizada por la ausencia del sentido de la existencia y del universo. (Sostienen que la vida no tiene más sentido que el sentido que el ser humano le dé; concepto aborrecido por la iglesia que preconiza que el origen de todo, la primera causa de todo, es Dios, afirmación que, con elemental lógica, pulveriza el premio Nobel Bertrand Russell). Los enciclopedistas, de nuevo, subrayan que “la conciencia del absurdo, ya presente en Schopenhauer, en quien alimenta el pesimismo, es un preludio del existencialismo francés (Sartre, Camus) que explora las dimensiones ética y estética”. Algunos autores dramáticos (Beckett, Ionesco), con el nombre de ´teatro del absurdo´, en la década de 1950 llevaron a la escena esa visión del mundo. (Arthur Schopenhauer, filósofo alemán. Su filosofía pesimista ejerció notable influencia particularmente sobre Nietzsche, quien introdujo la sospecha en el pensamiento occidental, contra la sumisión a los imperativos morales: Así habló Zaratustra, Más allá del bien y el mal).


A diario vivimos entre la irracionalidad y la contradicción, por los imperativos sociales, en una moralización tirana, presos, como lo dice Nietzsche, entre el bien y el mal, la doble moral del perverso e hipócrita estatus. “En Dios confiamos”, se lee en el dólar. ¿Se ajustará a esa máxima moral el sicópata Donald Trump, pensando de la manera que piensa de los mexicanos, inspirando asesinos de mexicanos, como el racista que gozosamente mató compatriotas en El Paso, Texas? En ese mismo orden de ideas se inscribe la pesadilla que recientemente vivimos en Sinaloa, con lo acontecido en la capital del estado. ¿De veras fue racional el origen de todo y su contradictorio desenlace? La razón es lo contrario de lo absurdo. Luego entonces, prevaleció el absurdo, pues los delincuentes y asesinos sometieron a los representantes de la ley y el orden. El absurdo, repetimos, se define como “contrario a la razón”.


El Pequeño Larousse tiene universalizado a Sinaloa. En su Enciclopedia aparece tres veces Sinaloa: como río de México, como estado de la República mexicana y como municipio de México. Pero en ninguna parte de la enciclopedia se dice que lo que acabamos de vivir (y lo que vendrá) tuvo su origen en el siglo pasado, en una necesidad coyuntural de Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial, de contar con un abastecedor de droga a la mano, cuando perdieron la hegemonía en el sudeste asiático, dizque para su industria farmacéutica, pero igual la necesitaban para distribuirla entre su tropa para que los soldados se drogaran para poder resistir su espanto existencial de matar a seres humanos por orden de sus jefes, en Corea, Vietnam y donde Washington invadiera el planeta. Para tal fin, se escogió estratégicamente a Sinaloa, volviendo “legal” el abastecimiento. Pero terminó el convenio binacional y algunos sinaloenses siguieron el negocio por su cuenta. Dicho de otro modo: ellos nos indujeron a entrar al infierno (de ellos). Y ahí seguimos. Si Sinaloa es cada uno de nosotros, a nosotros nos hacen lo que le hacen al estado y a nuestro pueblo. “¡Oh Dios de los pobres!”, exclamaba ante las injusticias, Simón Bolívar. ¿O no es una injusticia lo que le pasó a nuestra ciudad capital? Cuántas absurdidades.


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