/ domingo 19 de mayo de 2019

A todos mis Maestros incluyendo a mi Padre y Madre, que viven en sus alumnos

Sólo hay un bien, el conocimiento. Sólo hay un mal, la ignorancia. Sócrates.

No hace mucho tiempo, en el pequeño poblado de la Cofradía de Siqueiros, la pareja formada por Úrsulo Pérez y Juanita Sánchez tuvo la fortuna de procrear dos hijos dotados de una extraña inteligencia.

Según los entendidos y los estudiosos de sus acciones milagrosas, el par de gemelos tenían la capacidad de comprender el lenguaje de los animales y descifrar el origen de las cosas.

En esa región del río Presidio en el frescor del viento bajo los álamos -por donde quiera los árboles blancos de la primavera en la luz vaporosa, como una fiebre- tuve la suerte de escuchar esta historia, que se escucha a sí misma en este momento…

Todavía no hace ni trescientos sesenta meses de cuando los gemelos, siendo todavía unos niños, habían salido a caminar entre los maizales. Uno de los hermanos iba despacio, buscando huellas de conejo por la vereda cuando dijo de repente: - “mira, algún animal estuvo mordisqueando las mazorcas tiernas”. - “Si”-, dijo el otro, - “un venado tuerto y viejo pasó por aquí hace quince minutos.” Siguieron su camino con paso acelerado y lograron dar alcance a un venado que ya parecía un burro viejo que, habiendo sido herido por algún disparo, presentaba la cuenca del ojo izquierdo seca y vacía.

Unos pocos años después, cuando ya se habían convertido en un par de jóvenes fuertes y curtidos por el sol del Trópico de Cáncer, caminaban por una de las brechas del cerro de Tzacantla, tratando de apreciar mejor el cercano paisaje de la costa del mar Pacífico, cuando un cuervo negro azabache les llama desde la punta de un árbol de encino: “...vengan aquí, jóvenes caminantes; disfruten de este bello paisaje...” Cuando lograron llegar hasta el sitio de donde les llamaba el ave, encontraron el cuerpo de un hombre tirado al pie del árbol, herido, desangrado, con un puñal clavado en lo alto del pecho y cerca del cuello. Llenos de espanto, los hermanos pensaron en correr, pero un hombre vestido de verde olivo, armado con un rifle automático les salió al paso mientras les gritaba: - “así los quería agarrar, en la escena del crimen, méndigos asesinos”-.Acto seguido los ató por las muñecas, sin que los hermanos opusieran resistencia, estupefactos, uniendo el uno al otro con la misma cuerda, haciéndolos bajar por la brecha más corta, los llevó a la autoridad del poblado más cercano.

Más tarde, cuando los muchachos fueron presentados ante el representante de la justicia de la región, el torvo y astuto hombre de verde olivo los acusó de haber ejecutado el crimen y los pusieron tras las rejas.

A las setenta y dos horas, fueron conducidos a una audiencia en la sub-procuraduría. Después de que el funcionario encargado escuchara la versión de los hechos narrada por los hermanos y, sabiendo de sus dotes extraordinarias, les preguntó: - “¿Así que pueden entender el lenguaje de los animales, incluyendo el canto de los pájaros? ¿Escuchan el gorjeo de aquel pájaro carpintero y de aquella calandria, allá sobre las ramas de aquel frondoso mango? Parece que tienen mucho que decir...”

- “Así es”, dijo uno de los hermanos, “los he estado escuchando con atención y se quejan de que la madre de usted esté pensando en talar el árbol; dicen también que un empleado suyo robó ayer las crías de la calandria y que ahora están presas en una jaula en el portal de su casa.”

Al oír aquello, el señor secretario sintió un inexplicable temor, pues le constaba que todo lo dicho era verdad. Llamó a su secretario, le ordenó que fuera a la casa de su madre y regresara las crías de calandria al nido de donde habían sido robadas; asimismo, le pidió le comunicara a su madre su desacuerdo en la tala del árbol de mango. Acto seguido, liberó a los dos hermanos por falta de pruebas y ordenó continuar con las averiguaciones del crimen. Luego, tratando de ganarse la confianza de los gemelos, los invitó a comer en su amplia propiedad.

Después de platicar un poco, llegaron los platillos esperados, acompañados de un vino de ciruelas de Aguacaliente de Gárate, destilado en el pueblo, para el consumo de la familia del funcionario. Los hermanos permanecieron callados, se miraron entre sí, pero no tocaron la carne de cordero ni el vino de ciruelas del señor. El funcionario no mostró enojo alguno, solo dio las buenas noches y se retiró presuroso, escondiéndose en el cuarto contiguo, para así escuchar lo que los hermanos tendrían que decir.

- “¿Cómo es posible que nos invitara barbacoa con sabor a carne humana?”-, dijo uno de ellos, - “y el vino de ciruela, también tenía un dulce sabor a sangre humana”-, dijo el otro. - “No precisamente a sangre, pero si un ligero sabor a humano”-, repuso el primero.

Por la mañana, cuatro gendarmes despertaron a los gemelos y con prestancia los condujeron a las oficinas del funcionario. - “¿Qué trataron de insinuar cuando dijeron que la carne de cordero con que les invité sabía a carne humana, y el vino de ciruela conservaba el sabor de la sangre del hombre?”-, les gritó con enojo. - “Todo eso es falso y enfermizo, o prueban lo que dicen o se pudren en la cárcel.”

- “Si es posible, mande traer al matancero del pueblo”-, dijo uno de los gemelos.

- “Y también llame a quien destila el licor de ciruela”-, dijo el otro.

Cuando llegó el carnicero, bastante asustado por la urgencia, le contó al funcionario que cuando el cordero que había sido sacrificado para el banquete había nacido, la madre había muerto; por lo tanto, la esposa del carnicero tuvo que amamantarlo con su leche para evitar que muriera. Cosa que además no fue difícil pues la mujer estaba en etapa de lactancia para su bebé y producía más de la que necesitaba.

El funcionario alzó los ojos al cielo, desconcertado, y acto seguido escuchó la versión del empleado que le había fermentado las ciruelas para destilar el vino de la familia. El campesino explicó que los árboles que habían suministrado los frutos para el vino, habían crecido dentro de los linderos del panteón comunitario, siendo estas tierras muy buenas para los frutales.

El funcionario se deshizo en disculpas sacudido por los extraños hechos, pidiendo perdonaran sus rudas actitudes y sus acusaciones, ahora explicables.

Los gemelos, de rostros jóvenes y serios, le respondieron que lo comprendían; pues en el fondo sabían que no era una mala persona, y que además estaban acostumbrados al comportamiento de las personas ante lo inexplicable.

- “¿Entonces, me disculpan sabiendo que no fue mi intención actuar con maldad?”-, sonrió nervioso el funcionario, todavía perturbado.

- “Como dijimos, en el fondo usted tiene un gran corazón”, dijo uno de los hermanos.

- “En efecto, es lo bastante bueno y brillante para ser hijo de un sacerdote solitario que decidió colgar los hábitos”-, dijo el otro.

El funcionario sintió que le faltaba el aire y estuvo a punto del desmayo, pero guardó compostura y silencio. Siempre se había sabido el hijo de un general que murió en batalla durante la guerra cristera, un hombre de linaje aristocrático. Pero ya no fue capaz de poner en tela de juicio lo que los jóvenes gemelos le contaban.

Después de disculparse con los hermanos y decirles adiós con agradecimiento, fue directamente a la casa de su madre, en el solar donde estaba el árbol de mango, el pájaro carpintero y la calandria, feliz por el retorno de sus crías.

- “Madre, quiero que me digas mi apellido verdadero, quiero conocer el nombre de mi verdadero padre. Quiero me cuentes todas las circunstancias de mi nacimiento”-, dijo tristemente exigente.

- “¿Pero hijo, qué preguntas son esas?”-, dijo la madre del funcionario. - “Todas esas respuestas tú ya las sabes”-, añadió preocupada.

- “Madre, estoy en duda de todo lo que me has contado, y sabiendo lo firme que soy en mis decisiones, te prometo que si no me dices la verdad de todo esto, me voy. Nunca sabrás de mí ni de lo que pueda pasarme. Además, tú serás responsable por haber mentido.”

La madre, que amaba a su hijo y que había hecho de él lo que hoy era –un ejemplo de rectitud y honorabilidad- sintió llegar el día que tanto había temido. El momento de la verdad última, o de la última mentira, y dijo:

- “Hijo querido, la respuesta a la primera pregunta es que llevas el nombre y el apellido de un militar que murió en la guerra después de habernos casado. En cuanto a la segunda, ya no recuerdo el nombre de tu verdadero padre, nunca le di importancia. Y en respuesta a la tercera te diré que todo sucedió de la siguiente manera: Cuando me casé con el hombre del que llevas nombre y apellido, eran tiempos de guerra, y de otras costumbres; el levantamiento cristero había estallado y mi esposo fue llamado al frente, a defender la patria. Pasé tanto tiempo sin verlo que comencé a sentirme sola. En aquel tiempo, un sacerdote católico joven y apuesto tocó a la puerta de la hacienda buscando protección y comida. Se quedó unos días escondido por mí, y tuvimos la aventura que hizo posible que tu nacieras. Después supe que decidió colgar los hábitos, pues según él, había fallado como soldado de Dios. Mi amor por ti siempre ha estado oscurecido por esta sombra del pasado. Sin embargo, ya sabes la verdad y yo me siento contenta, pues sigues siendo el fruto de mi amor. Espero que sepas comprenderme y otorgues tu perdón a mi silencio.

El funcionario comprendió y, abrazando con cariño a su madre la perdonó, pero su vida dio un viraje inesperado.

Dueño de un corazón humilde y contrito renunció a su puesto y se retiró a una casa en la playa. Después de mucho leer por las mañanas y pasear o pescar por las tardes, un profundo meditar sobre su pasado y su presente -y la razón por la que uno viene al mundo- decidió tomar los caminos de la política para tratar de enderezar lo ya muy torcido por muchos otros, pero…eso es otra historia y por el momento no cabe en estas páginas… felicidades maestros.

malecon@live.com.mx

Sólo hay un bien, el conocimiento. Sólo hay un mal, la ignorancia. Sócrates.

No hace mucho tiempo, en el pequeño poblado de la Cofradía de Siqueiros, la pareja formada por Úrsulo Pérez y Juanita Sánchez tuvo la fortuna de procrear dos hijos dotados de una extraña inteligencia.

Según los entendidos y los estudiosos de sus acciones milagrosas, el par de gemelos tenían la capacidad de comprender el lenguaje de los animales y descifrar el origen de las cosas.

En esa región del río Presidio en el frescor del viento bajo los álamos -por donde quiera los árboles blancos de la primavera en la luz vaporosa, como una fiebre- tuve la suerte de escuchar esta historia, que se escucha a sí misma en este momento…

Todavía no hace ni trescientos sesenta meses de cuando los gemelos, siendo todavía unos niños, habían salido a caminar entre los maizales. Uno de los hermanos iba despacio, buscando huellas de conejo por la vereda cuando dijo de repente: - “mira, algún animal estuvo mordisqueando las mazorcas tiernas”. - “Si”-, dijo el otro, - “un venado tuerto y viejo pasó por aquí hace quince minutos.” Siguieron su camino con paso acelerado y lograron dar alcance a un venado que ya parecía un burro viejo que, habiendo sido herido por algún disparo, presentaba la cuenca del ojo izquierdo seca y vacía.

Unos pocos años después, cuando ya se habían convertido en un par de jóvenes fuertes y curtidos por el sol del Trópico de Cáncer, caminaban por una de las brechas del cerro de Tzacantla, tratando de apreciar mejor el cercano paisaje de la costa del mar Pacífico, cuando un cuervo negro azabache les llama desde la punta de un árbol de encino: “...vengan aquí, jóvenes caminantes; disfruten de este bello paisaje...” Cuando lograron llegar hasta el sitio de donde les llamaba el ave, encontraron el cuerpo de un hombre tirado al pie del árbol, herido, desangrado, con un puñal clavado en lo alto del pecho y cerca del cuello. Llenos de espanto, los hermanos pensaron en correr, pero un hombre vestido de verde olivo, armado con un rifle automático les salió al paso mientras les gritaba: - “así los quería agarrar, en la escena del crimen, méndigos asesinos”-.Acto seguido los ató por las muñecas, sin que los hermanos opusieran resistencia, estupefactos, uniendo el uno al otro con la misma cuerda, haciéndolos bajar por la brecha más corta, los llevó a la autoridad del poblado más cercano.

Más tarde, cuando los muchachos fueron presentados ante el representante de la justicia de la región, el torvo y astuto hombre de verde olivo los acusó de haber ejecutado el crimen y los pusieron tras las rejas.

A las setenta y dos horas, fueron conducidos a una audiencia en la sub-procuraduría. Después de que el funcionario encargado escuchara la versión de los hechos narrada por los hermanos y, sabiendo de sus dotes extraordinarias, les preguntó: - “¿Así que pueden entender el lenguaje de los animales, incluyendo el canto de los pájaros? ¿Escuchan el gorjeo de aquel pájaro carpintero y de aquella calandria, allá sobre las ramas de aquel frondoso mango? Parece que tienen mucho que decir...”

- “Así es”, dijo uno de los hermanos, “los he estado escuchando con atención y se quejan de que la madre de usted esté pensando en talar el árbol; dicen también que un empleado suyo robó ayer las crías de la calandria y que ahora están presas en una jaula en el portal de su casa.”

Al oír aquello, el señor secretario sintió un inexplicable temor, pues le constaba que todo lo dicho era verdad. Llamó a su secretario, le ordenó que fuera a la casa de su madre y regresara las crías de calandria al nido de donde habían sido robadas; asimismo, le pidió le comunicara a su madre su desacuerdo en la tala del árbol de mango. Acto seguido, liberó a los dos hermanos por falta de pruebas y ordenó continuar con las averiguaciones del crimen. Luego, tratando de ganarse la confianza de los gemelos, los invitó a comer en su amplia propiedad.

Después de platicar un poco, llegaron los platillos esperados, acompañados de un vino de ciruelas de Aguacaliente de Gárate, destilado en el pueblo, para el consumo de la familia del funcionario. Los hermanos permanecieron callados, se miraron entre sí, pero no tocaron la carne de cordero ni el vino de ciruelas del señor. El funcionario no mostró enojo alguno, solo dio las buenas noches y se retiró presuroso, escondiéndose en el cuarto contiguo, para así escuchar lo que los hermanos tendrían que decir.

- “¿Cómo es posible que nos invitara barbacoa con sabor a carne humana?”-, dijo uno de ellos, - “y el vino de ciruela, también tenía un dulce sabor a sangre humana”-, dijo el otro. - “No precisamente a sangre, pero si un ligero sabor a humano”-, repuso el primero.

Por la mañana, cuatro gendarmes despertaron a los gemelos y con prestancia los condujeron a las oficinas del funcionario. - “¿Qué trataron de insinuar cuando dijeron que la carne de cordero con que les invité sabía a carne humana, y el vino de ciruela conservaba el sabor de la sangre del hombre?”-, les gritó con enojo. - “Todo eso es falso y enfermizo, o prueban lo que dicen o se pudren en la cárcel.”

- “Si es posible, mande traer al matancero del pueblo”-, dijo uno de los gemelos.

- “Y también llame a quien destila el licor de ciruela”-, dijo el otro.

Cuando llegó el carnicero, bastante asustado por la urgencia, le contó al funcionario que cuando el cordero que había sido sacrificado para el banquete había nacido, la madre había muerto; por lo tanto, la esposa del carnicero tuvo que amamantarlo con su leche para evitar que muriera. Cosa que además no fue difícil pues la mujer estaba en etapa de lactancia para su bebé y producía más de la que necesitaba.

El funcionario alzó los ojos al cielo, desconcertado, y acto seguido escuchó la versión del empleado que le había fermentado las ciruelas para destilar el vino de la familia. El campesino explicó que los árboles que habían suministrado los frutos para el vino, habían crecido dentro de los linderos del panteón comunitario, siendo estas tierras muy buenas para los frutales.

El funcionario se deshizo en disculpas sacudido por los extraños hechos, pidiendo perdonaran sus rudas actitudes y sus acusaciones, ahora explicables.

Los gemelos, de rostros jóvenes y serios, le respondieron que lo comprendían; pues en el fondo sabían que no era una mala persona, y que además estaban acostumbrados al comportamiento de las personas ante lo inexplicable.

- “¿Entonces, me disculpan sabiendo que no fue mi intención actuar con maldad?”-, sonrió nervioso el funcionario, todavía perturbado.

- “Como dijimos, en el fondo usted tiene un gran corazón”, dijo uno de los hermanos.

- “En efecto, es lo bastante bueno y brillante para ser hijo de un sacerdote solitario que decidió colgar los hábitos”-, dijo el otro.

El funcionario sintió que le faltaba el aire y estuvo a punto del desmayo, pero guardó compostura y silencio. Siempre se había sabido el hijo de un general que murió en batalla durante la guerra cristera, un hombre de linaje aristocrático. Pero ya no fue capaz de poner en tela de juicio lo que los jóvenes gemelos le contaban.

Después de disculparse con los hermanos y decirles adiós con agradecimiento, fue directamente a la casa de su madre, en el solar donde estaba el árbol de mango, el pájaro carpintero y la calandria, feliz por el retorno de sus crías.

- “Madre, quiero que me digas mi apellido verdadero, quiero conocer el nombre de mi verdadero padre. Quiero me cuentes todas las circunstancias de mi nacimiento”-, dijo tristemente exigente.

- “¿Pero hijo, qué preguntas son esas?”-, dijo la madre del funcionario. - “Todas esas respuestas tú ya las sabes”-, añadió preocupada.

- “Madre, estoy en duda de todo lo que me has contado, y sabiendo lo firme que soy en mis decisiones, te prometo que si no me dices la verdad de todo esto, me voy. Nunca sabrás de mí ni de lo que pueda pasarme. Además, tú serás responsable por haber mentido.”

La madre, que amaba a su hijo y que había hecho de él lo que hoy era –un ejemplo de rectitud y honorabilidad- sintió llegar el día que tanto había temido. El momento de la verdad última, o de la última mentira, y dijo:

- “Hijo querido, la respuesta a la primera pregunta es que llevas el nombre y el apellido de un militar que murió en la guerra después de habernos casado. En cuanto a la segunda, ya no recuerdo el nombre de tu verdadero padre, nunca le di importancia. Y en respuesta a la tercera te diré que todo sucedió de la siguiente manera: Cuando me casé con el hombre del que llevas nombre y apellido, eran tiempos de guerra, y de otras costumbres; el levantamiento cristero había estallado y mi esposo fue llamado al frente, a defender la patria. Pasé tanto tiempo sin verlo que comencé a sentirme sola. En aquel tiempo, un sacerdote católico joven y apuesto tocó a la puerta de la hacienda buscando protección y comida. Se quedó unos días escondido por mí, y tuvimos la aventura que hizo posible que tu nacieras. Después supe que decidió colgar los hábitos, pues según él, había fallado como soldado de Dios. Mi amor por ti siempre ha estado oscurecido por esta sombra del pasado. Sin embargo, ya sabes la verdad y yo me siento contenta, pues sigues siendo el fruto de mi amor. Espero que sepas comprenderme y otorgues tu perdón a mi silencio.

El funcionario comprendió y, abrazando con cariño a su madre la perdonó, pero su vida dio un viraje inesperado.

Dueño de un corazón humilde y contrito renunció a su puesto y se retiró a una casa en la playa. Después de mucho leer por las mañanas y pasear o pescar por las tardes, un profundo meditar sobre su pasado y su presente -y la razón por la que uno viene al mundo- decidió tomar los caminos de la política para tratar de enderezar lo ya muy torcido por muchos otros, pero…eso es otra historia y por el momento no cabe en estas páginas… felicidades maestros.

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